La Nación
COLUMNISTAS

Campo, agro y posconflicto

Los colombianos hemos tenido históricamente una confusión conceptual frente a lo rural y sus derivaciones. Hemos creído, por ejemplo, que el mundo urbano y el rural son contrapuestos, incluso antagónicos. Que la ciudad se acaba en la línea imaginaria del perímetro urbano; que de ahí en adelante ya no hay más orden, ni comodidad, ni seguridad. Solo el caos del “monte”.

Eso nos lleva a pensar que ciudad y campo se contraponen. Que la una es luz y el otro es sombra. Y con ese calificativo general de “campo” o “monte” designamos todo aquello que está por fuera de la ciudad. Y como son conceptos contrapuestos les hemos dado el tratamiento correspondiente. Hemos privilegiado la ciudad, le asignamos más presupuesto, le prestamos más atención. Por el contrario, al campo lo olvidamos, lo ignoramos y lo discriminamos.

De mantener esta dislocación conceptual se ha encargado gustosamente la clase política. Que le resulta más provechoso que los recursos públicos se inviertan en donde hay mayor concentración de votos. Siempre es más rentable electoralmente hacer un polideportivo en un barrio popular, así no se necesite, que hacer una escuela en una vereda apartada, aunque se esté pidiendo a gritos.

Por esta confusión es que también caemos en la simpleza de pensar que todo lo referido al campo tiene que ver con actividades agropecuarias. Hablar de campesinos es hablar de agricultores o de pastores rudimentarios. Nunca se nos ocurre que una familia campesina pueda dedicarse a actividades diferentes. Eso lleva a que cualquier propuesta de mejoramiento de las condiciones del campesino tenga que ver exclusivamente con proyectos agrícolas o pecuarios, o la combinación de los dos. Y eso que las cifras demuestran que actualmente cerca de la mitad del empleo rural está en actividades no agropecuarias.

Por eso, ante la iniciativa generada en La Habana, que procura un cambio de enfoque en el desarrollo rural en el sentido de pensar menos en la productividad y la competitividad en el campo, a cambio del bienestar de las familias campesinas, vale la pena voltear a mirar al campo colombiano; entenderlo como el necesario y vital complemento de nuestra plácida vida citadina y descubrir la inmensa cantidad de cosas que pueden hacer nuestros habitantes rurales, más allá de trabajar de sol a sol para sacarle frutos a una tierra empobrecida. Cosas como el turismo ecológico, la conservación de bosques, el senderismo, la recuperación de microcuencas, la protección de la biodiversidad, etc. Una guerra de medio siglo, librada sobre todo en la zona rural, debe darle paso a muchos siglos de esplendor al nuevo campo colombiano.
*Ex director de LA NACIÓN