Ha sido una grata sorpresa saber que la economía colombiana durante el 2012 no creció al 3,5% como muchos pronosticaron, sino al 4% que ha sido el nivel histórico del país. Positivo no caer por debajo de esta cifra y siempre el mayor aumento del PIB se asocia a mejores condiciones de la economía y por lo menos de algunos sectores de la población.
La preocupación se acentúa cuando se conoce el comportamiento de los sectores productivos durante el año anterior. Se refuerza cada vez más el modelo minero energético, que como se sabe no genera el tipo ni el volumen de empleo que la sociedad colombiana requiere; no garantiza la sostenibilidad ambiental aunque se le han visto al Estado esfuerzos positivos y no produce los encadenamientos con otros sectores intensivos en mano de obra que el país necesita. La minería creció 5,9%, muy por encima del resto de la economía. Pero la industria no levanta cabeza y nuevamente decreció, -0,7% sin que se conozca una respuesta adecuada especialmente de los gremios que siguen esperando más dádivas del gobierno. Tampoco va bien el sector agropecuario cuya tasa fue escasamente del 2,6%.
Esta es la parte más negativa de la economía colombiana. Se ha dicho hasta la saciedad, que mientras estas dos actividades que sí generan empleo y que constituyen la base fundamental y permanente del crecimiento de un país, no recuperen su dinamismo, no mejoren sus niveles de competitividad, y peor aún, no se utilice la bonanza minera que es transitoria para impulsar estas actividades, el futuro de la economía está comprometido.
¿Será que se sigue pensando en el Gobierno que basta con mantener equilibrios macro, que entre otras no se han alcanzado del todo? Y que definitivamente los esfuerzos de política sectorial son innecesarios. Ojalá no sea así.
No debe sorprender entonces que las perspectivas del Banco de la Republica no sean demasiado optimistas sobre la evolución de la economía colombiana en el 2013. Ellos sitúan el crecimiento más cerca del 3% que del 4,8% que plantean las autoridades gubernamentales. Los signos de los primeros meses de este año no parecen muy positivos sobre todo cuando entrarán en operación otros Tratados de Libre Comercio y cuando el Ministerio respectivo no ha avanzado nada en una evaluación sobre su impacto en la producción nacional y agropecuaria del país.
Realmente cuesta trabajo entender las razones por las cuales no se insiste en la necesidad de revisar con mucho más cuidado donde están los frenos del sector rural y de la industria. Para no hablar de los servicios que en Colombia no son para nada un modelo de eficiencia sino en unos subsectores muy específicos. Una cosa es la paz, para lo cual bienvenidos los proyectos de reparación a las víctimas y la restitución de tierras pero otra cosa es poner en primer plano la productividad de este sector que exige políticas específicas que deben acompañar a las primeras. Sin duda, la paz es el principio de un país distinto pero para construirlo se debería empezar ya a atacar sus más graves problemas económicos: el desbalance de su producción, centrada en un solo sector y la informalidad de su mercado laboral, la peor de América Latina.