La Nación
El comentario de Elías Los perros 1 28 marzo, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

El comentario de Elías Los perros

Jorge Guebely

 

Me llamo María como la Virgen, pero no soy virgen. Trabajo los asuntos públicos en la Hacienda del Patrón. Es decir, soy su política

y, como política, cuido sus fortunas. Ejerzo la función de los perros que fueron domesticados para cuidar las fortunas del Patrón. Los políticos, como los perros domesticados, marcamos el mismo destino.

No soy la única política en la Hacienda. Yo sólo sirvo la cena, pero otros ordeñan las vacas o recogen las boñigas. También están los miembros del ejército personal que igualmente son políticos. Un militar es un político con uniforme y un político, un militar sin uniforme. Como los perros, ambos cuidamos las fortunas del Patrón a través de las leyes o de las armas, por las buenas o por las malas.

Los huesos que sobran durante la cena se los echo a los perros que merodean la mesa, los bien domesticados, los que comen a lado del Patrón. Los que están fuera del comedor sólo comen si se portan bien, si baten correctamente cola. Los que están fuera de la Hacienda, la mayoría, no tienen huesos que comer, comen migajas, mueren de hambre.

Mucho antes, cuando los reyes eran los patrones, manejaban personalmente la Hacienda: ordenaban el ordeño de las vacas y el amontonamiento de las boñigas. Nosotros, los políticos civiles, llevábamos las cuentas y los políticos militares conquistaban nuevos territorios. Hacíamos lo mismo cuando la Hacienda pertenecía al Papa, o al Emperador romano, o al Faraón egipcio. Éramos esclavos de mejor nivel social; no teníamos vida para vivir, pero gozábamos de una distinguida esclavitud.

La suerte nos cambió cuando llegó la época liberal. El patrón abandonó el campo, se fue a la ciudad a hacer negocios y nos encargó la Hacienda. Nos liberó de su presencia, no de sus cadenas. Nos permitió administrar a condición de que siempre sirviéramos la mesa, diéramos los buenos huesos a los perros que merodean el comedor; los malos, a los que se portaban bien, y castigáramos a los que estaban fuera de la Hacienda, precisamente por eso, por estar fuera de la Hacienda. Exigió que los tratáramos con violencia y desprecio pues no había peor castigo para un perro que la violencia y el desprecio. Nos tocó ser hipócritas, ladrar bonito ante perros para lamer mejor las patas del Patrón.

Y mientras existan perros bien disciplinados que merodeen la mesa, y zalameros que batan bien la cola, y desechables que mueran de hambre, los políticos, como los perros domesticados, cuidaremos las fortunas del Patrón

jguebelyo@gmail.com