La Nación
Ahora no estás, Manuel 1 24 abril, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Ahora no estás, Manuel

Benhur Sánchez Suárez

 

De las cosas que más me duelen, como la orfandad en la familia, es el  viaje definitivo  de un escritor a quien hayamos profesado devoción y afecto.

Dejé pasar el tiempo para poder escribir alguna letra sobre este gran hombre y excelente escritor. Sobre todo, recordar los escasos momentos que compartimos. Porque Manuel Zapata Olivella (Lorica 1920-Bogotá 2004) no sólo fue gran escritor sino un gran amigo y un hombre generoso.

Mi primer contacto con él fue en 1967. Mi novela “La noche de tu piel” fue seleccionada en el Concurso Nacional de Novela Esso de ese año. Como la participación era con seudónimo, la prensa atribuyó mi novela a la autoría de Manuel. Entonces me interesé en él y leí “La Calle 10” y luego “Detrás del rostro”, premiada en el mismo concurso en 1960.

Además, en mi juvenil entusiasmo por conocerlo, me acerqué a “Letras Nacionales”, la revista literaria y centro cultural que él había fundado y funcionaba en un edificio por los lados de la Carrera Séptima con 19, en Bogotá.

La segunda vez que compartimos fue en 1974, cuando lo invité a Neiva para la presentación de la revista Letras Nacionales, cuyo número 24 estaba dedicado al gran escritor huilense Gustavo Andrade Rivera. Estuvo acompañado por Eutiquio Leal, que luchaba con Manuel por mantener viva la llama de la revista.

Un nuevo encuentro sostuvimos en 1994 cuando fuimos jurados con Germán Espinosa en el premio Nacional de Libro de Cuentos. El premio recayó en el libro “Álbum” cuyo autor, Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz, se nos rebeló como una nueva figura literaria. Estuvimos en su casa, entonces en Puente Largo, barrio al norte, donde Rosita, su infaltable compañera, nos atendió con la generosidad de que hacen gala los catalanes.

La última vez que nos saludamos fue en el año 2000, en el Centro Comercial Andino, donde, ocasionalmente, buscaba algún producto para llevar a Ibagué y, de pronto, lo descubrí en uno de los pasillos. Me acerqué entusiasmado pero él me paró en seco y, conocedor de mi efusividad, me dijo “No me abraces, Benhur, que me desbaratas”. Sabía que mi alborozo me llevaría a estrecharlo, pero él era intocable. Acababa de regresar de Estado Unidos donde le habían practicado intervenciones delicadas en la columna vertebral.

En el 2003, cuando subí a Bogotá para participar en la Feria Internacional del Libro, me alojé en el “Hotel del Parque”, diagonal a la Biblioteca Nacional. Mi habitación colindaba con una que permanecía entreabierta porque la cantidad de libros regados por el suelo no permitían cerrarla. En recepción me informaron que ahí estaba alojado el gran Manuel Zapata Olivella.

Al año murió, como si estuviera desterrado. Y al siguiente Rosita, que no soportó su ausencia.