Consuelo Serrato de Plazas
Recogiendo una de las tantas reflexiones de Su Santidad Francisco: «Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo».
El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia –UNICEF- con sede en Nueva York es una organización mundial que imprime fuerza en su noble tarea por contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de la población infantil en estrecha articulación con el sector gubernamental, sociedad civil y numerosas empresas del sector privado.
En el marco de la actual coyuntura sanitaria quisiera resaltar la puesta en marcha -entre otras muchas alianzas- de la iniciativa promovida por UNICEF Colombia en sinergia con el Banco de Bogotá dirigida a contribuir al cierre de brechas en los niveles de desarrollo de los niños, niñas y adolescentes de nuestro país bajo el eslogan «Ponle color al futuro de los niños de Colombia» mediante el lanzamiento de la primera tarjeta débito de cara a garantizar el goce efectivo de sus derechos.
Es así como desde su política de responsabilidad social corporativa los titulares de cuentas que soliciten la tarjeta pueden ver reflejado un aporte equivalente al 1% de sus compras a los programas de Unicef y a su vez la entidad financiera coadyuva con el mismo valor, permitiendo con ello duplicar el impacto social positivo de la estrategia.
¿Por qué en las actuales circunstancias una iniciativa como esta cobra tanta vigencia?
De todos es sabido que la situación de la niñez en nuestro país no es la más halagüeña. Si bien se registran avances dirigidos a reducir los niveles de desnutrición infantil, es mucho el camino que aún falta por recorrer para erradicar tan agobiante flagelo. Claro ejemplo de ello lo constituye el Índice de Desnutrición Crónica 2020 dado a conocer hace unos días por la Fundación Éxito Colombia el cual destaca que el 10.8% de los niños y niñas menores de cinco años de 1.076 municipios del país padecen desnutrición crónica, realidad que se acentúa por efectos de la pandemia.
Desde ese contexto una empresa verdaderamente exitosa es aquella que no solo trabaja para generar valor económico sino también para fomentar e incentivar el crecimiento social en pro de sus respectivos grupos de interés, pues como bien lo afirmara el empresario norteamericano William Clay Ford: «Crear un negocio fuerte y construir un mundo mejor no son metas contradictorias: Ambas son ingredientes indispensables para el éxito a largo plazo».