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95 años de memoria – Martha Cecilia Cedeño Pérez

Dentro de unos cuantos días, mi abuelo Miguel Ángel Cedeño cumplirá 95 años. Casi un siglo de luchas, de partidas Antropóloga y poeta Dentro de unos cuantos días, mi abuelo Miguel Ángel Cedeño cumplirá 95 años. Casi un siglo de luchas, de partidas, de llegadas, de alegrías, des-amores y desvaríos.  Cuando nació, por allá en 1917, todavía no se había acabado la Primera Guerra Mundial y el país aún vivía las consecuencias de las Guerra de los Mil Días y el partido conservador mantenía su hegemonía  y Neiva apenas era un pueblo al que recién había llegado la energía eléctrica. El abuelo –descendiente del Bravo Cedeño, veterano de la Guerra de los Mil Días- ha sido testigo de acontecimientos trascendentales tanto a nivel nacional como internacional.  Dentro de ellos podríamos enumerar La Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la Caída del Muro de Berlín con todas sus implicaciones y, por supuesto, testigo también de confrontaciones más recientes. A nivel nacional y local, el abuelo vivió la ascensión del partido liberal con  Olaya Herrera y también, vivió profundamente esa triste época de la violencia política. Él fue uno de los tantos y tantos colombianos desplazados a finales de los años 50 por el terror cuyo color se pintaba en las fachadas de las casas.  Y a partir de ahí Miguel Ángel ha sido testigo de esa violencia endémica que parece enquistarse de manera inexorable en nuestro país. Y justo, a causa de esa primera violencia, el abuelo se vio obligado a partir hacia la selva en una época en la que se “premiaba” a las víctimas del horror con tierras baldías del piedemonte amazónico. Así llegó al Caquetá con su numerosa familia para intentar construir – con la ayuda de mujer, sus hijos e hijas-, un futuro  a base de trabajo,  tesón y sacrificio. Y como muchas otras personas de distintas partes del país- colonizadoras de la tierra prometida-  el abuelo abrió caminos y claros en el monte, construyó ranchos que luego se convirtieron en casas; sembró arroz, maíz, caña de azúcar; cazó dantas, guaras, borugas; levantó sueños en un medio hostil en donde ni siquiera había noticias de Dios.  Allí y  en las  condiciones más adversas,  experimentó incólume los cambios del mundo y el paso del tiempo.  Y entre faena y faena, entre sueño y sueño, también hacía algo fundamental: leía. Y ahora, con 95 años a cuestas y una lucidez envidiable, el abuelo viaja en avión y pregunta por Rajoy y recuerda la epopeya de la colonización del Caquetá y analiza la situación del país.  Y dice que no teme a la muerte pues ella también hace parte de la vida. ¡Por muchos años más, abuelo!