Por: Consuelo Serrato de Plazas
¿En algún momento de la vida has experimentado la inmensa satisfacción de vincularte a una causa social o iniciativa solidaria? De no ser así, te invito para que empieces ahora mismo. En todo caso no dejes pasar tan gratificante sensación.
VIVIR (sí en mayúscula sostenida) en función de uno mismo y priorizar nuestras propias necesidades no solo resulta conveniente sino también necesario. Se trata de una aspiración legítima y no de un acto de egoísmo como equivocadamente lo suelen percibir algunas personas. Me atrevería a decir que es la mejor inversión que podemos hacer en la búsqueda por alcanzar nuestro propio bienestar y de contera, la plenitud que tanto anhelamos. No le falta razón a Nicole Solange cuando afirma: «Ama a tu vecino, sí. Pero ámate a ti mismo primero».
Con todo, un día cualquiera despiertas y te formulas el siguiente interrogante: ¿Si bien estoy haciendo el mayor esfuerzo por alcanzar mi bienestar, de qué manera contribuyo a promover el de quienes más lo necesitan? Ciertamente cada quien mira la vida con un prisma distinto, no obstante, a la luz de la filosofía aristotélica, la esencia de la vida radica en «servir a otros y hacer el bien».
En efecto, a medida que el tiempo corre, una de las cualidades humanas más vigentes es la de practicar el valor de la bondad que se manifiesta de diversas formas, no solo porque define la esencia de las personas, sino también porque redunda en una transformación interior a través de nuestras acciones prosociales. En palabras del escritor norteamericano Mark Twain: «La bondad es el lenguaje que los sordos pueden oír y los ciegos pueden ver».
Implicarnos en acciones altruistas, se constituye, a mi modo de ver, en un imperativo moral que engrandece el espíritu de quienes se vinculan a tan significativo empeño. No olvides que cada granito de arena siempre sumará, pues tal y como lo afirma el proverbio etíope: «Cuando las arañas tejen juntas pueden atar a un león».