Agujeros negros del Congreso. Por Gabriel Calderón Molina

No hay calificativo que no se haya utilizado en estos días para enjuiciar el despropósito del Congreso de la República al aprobar la reforma de la justicia, hoy decapitada. No hay calificativo que no se haya utilizado en estos días para enjuiciar el despropósito del Congreso de la República al aprobar la reforma de la justicia, hoy decapitada. “La peor de las bajezas”,  “acto grotesco”, “ acto desvergonzado” , “congreso de  sinvergüenzas”, “congreso de micos”, son algunos de epítetos que salieron  de la pluma de  no pocos  columnistas, algunos  de estos  con marcado oportunismo, pues periódicos como El Espectador,  semanas atrás  había advertido  sobre lo que podría  suceder y nada dijeron, como lo registré en mi columna del pasado 16 de junio. Sin duda este fue un episodio vergonzoso en la historia nacional que afectó gravemente la institucionalidad y la ya deteriorada imagen del Congreso. Pero no es el único caso. En 1949 ocurrieron hechos quizá peores cuando el país transitaba por los senderos de la violencia gestada en 1947. En el recinto de la Cámara de Representantes fue asesinado el representante liberal por Boyacá, Gustavo Jiménez, algunos de cuyos parientes viven hoy en Neiva, y herido gravemente el parlamentario, Jorge Soto del Corral, quien posteriormente falleció por esa causa. Fue este un caso de sangre, salvaje y vergonzoso, cometido por congresistas partidarios del gobierno contra miembros de la oposición que el mundo entero registró estupefacto y que quedó sin castigo, porque en esa época como ahora, la impunidad es la característica de la justicia. Afortunadamente la historia no perdona, aunque han   tratado de tapar el hecho, quedando como el primer agujero negro en la historia de la rama legislativa. La historia nacional lo registra como uno de los peores acontecimientos del país. Recordarlo ahora, no es  para causar molestias a nadie, sino para aclarar a algunos columnistas que  el Congreso de la República ha  tenido sus agujeros negros y los  tendrá  mientras la violencia y la corrupción existan y mientras al poder legislativo  no lleguen los mejores ciudadanos, sino aquellos que ganan las curules a base del dinero. Lo sucedido en este año con el intento de reformar la justicia para acomodarla a las conveniencias de la criminalidad de cuello blanco, marcará uno de los peores capítulos de su historia, sin que el gobierno de Santos y la Rama de Justicia puedan pasar incólumes. La conciencia nacional ya registró este triste episodio y tendrá sus consecuencias que ojalá se traduzcan en que, en adelante, la reformas a la justicia y el estatus de los congresistas sean producto de un referéndum para evitar que se auto aprueben   privilegios que chocan con los derechos de los demás colombianos.

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