Los graves problemas por los que atraviesa el país son tan evidentes que nadie los puede desconocer. Tan sólo los grandes acuerdos entre los colombianos, pueden ayudar a solucionarlos. El país esta ahíto de asesinatos, secuestros, atentados, chantajes, extorsiones y otras manifestaciones de violencia, que cubre todas sus regiones y constriñe toda suerte de derechos, a tal punto que somos censurados por gobiernos y organizaciones internacionales, sin que internamente podamos lograr la paz tan anhelada, que nos pondría en el camino de la civilización y del progreso.
Más de cincuenta años de aciaga violencia no han encontrado remedio eficaz, porque ni los mismos cuerpos armados del Estado ni las estrategias gubernamentales han logrado extinguirla. Bajo este gobierno se ha intentado la vía del diálogo con las fuerzas de la subversión, pero es poco lo que se ha avanzado y el resultado obtenido hasta ahora no colma las grandes expectativas del pueblo colombiano. Acaban de masacrar a 17 militares, según recientes noticias.
Ahora que se está entrando en las distintas campañas, los candidatos a curules y algunos precandidatos a la presidencia se han dedicado a censurar al actual gobierno, pues infortunadamente así es como se hacen en nuestro medio las elecciones. Es decir, que la batalla se libra contra el gobernante de turno, porque eso es lo que arroja dividendos en las urnas. Si nuestros dirigentes actuaran con criterio verdaderamente patriótico, no habría discrepancias sobre la urgencia de prestarle una atención preferencial y encauzar los mejores esfuerzos nacionales hacia la solución pacífica que se planteó por el actual Presidente de la República. Sin la paz, ningún gobernante podrá cumplir a cabalidad con su programa de gobierno. No habrá tampoco una auténtica democracia y nos hundiremos en el caos, hasta desaparecer como una nación jurídicamente organizada.
Todo esto conlleva el desconcierto en los círculos económicos y en los posibles inversionistas. El temor anida en las almas de todos los colombianos. El orden público se encuentra alterado y para el campesinado no quedan otros caminos que el de la muerte o el destierro. Todas las estructuras del Estado se resienten y el malestar cunde por todas partes.
Pero la crisis social y económica no es de reciente aparición. El acabose para el sector agropecuario vino con la precipitada apertura económica auspiciada por el gobierno de Gaviria, continuada por el de Samper y Serpa, que no pudo ser desmontada por los sucesores.