Ana Rita Cardoso Gutiérrez rumbo a los 103 años de edad: una vida de esfuerzo

Ana Rita Cardoso Gutiérrez, nacida el 9 de febrero de 1922 en Baraya, Huila, (va a celebrar su cumpleaños 103), ha sido un pilar fundamental en su familia y comunidad. A lo largo de su vida, se dedicó incansablemente al bienestar de su hogar, siendo ama de casa y madre ejemplar, mientras cultivaba su pasión por la costura. De raíces humildes y un espíritu de trabajo incansable, Ana Rita ha dejado una huella indeleble en la vida de sus hijos y de quienes tienen el honor de conocerla.

Hernán Guillermo Galindo M

hernan.galindo@lanacion.com.co

Desde joven, Ana Rita mostró una inmensa devoción por su familia y una capacidad admirable para adaptarse a las circunstancias de la vida. Tras su matrimonio con Florencio Bermeo Muñoz, en 1945, se dedicó a criar a sus hijos en un hogar lleno de amor y sacrificio. Con su esposo, vivió gran parte de su vida en la hacienda “Las Nubes” y fue testigo del esfuerzo agrícola en las tierras que vio crecer. En esos años, además de atender su hogar, encontró en la costura su pasión, la cual convirtió en un refugio personal durante sus momentos libres.

En 1965, Ana Rita decidió emprender un nuevo camino y salió con su familia de Baraya, trasladándose primero a Pitalito y luego estableciéndose en Bogotá en 1967. En la capital, vio crecer a sus hijos, quienes se educaron y desarrollaron en un ambiente lleno de valores y principios. A lo largo de los años, Ana Rita fue el corazón de su hogar, asegurándose de que cada uno de sus hijos tuviera las oportunidades para salir adelante.

Actualmente, Ana Rita reside en Anapoima, Cundinamarca, un lugar donde disfruta de su amor por la lectura y la natación. Siempre curiosa, pasa sus ratos libres leyendo historias sobre los santos, demostrando su interés por la espiritualidad.

A pesar de los años, mantiene una excelente memoria, algo que sus hijos y seres queridos valoran profundamente. Además, le gusta disfrutar de las caminatas por los parques y de su tiempo con su familia, especialmente con sus nietos, quienes se sienten muy afortunados de tenerla como abuela.

Hace tres años llegó a su cumpleaños número 100/ Foto: Suministrada.

Marcada por la guerra bipartidista

La vida de Ana Rita es una lucha constante, marcada por el desarraigo, la violencia y la fortaleza de una mujer que jamás se dejó doblegar.

Desde su infancia en el Huila, su existencia estuvo ligada a la tierra. La hacienda donde creció era un paraíso de cafetales y cultivos prósperos, hasta que la política y la guerra tocaron su puerta sin previo aviso.

“Nos echaron de la hacienda,” recuerda con tristeza. “Me echaron con mis hijitas y todo, todas las muchachitas. Dijeron que, si no sacaba a mi esposo de ahí, lo iban a matar, él era conservador, de esos godos y allá en Baraya no había sino liberales”. Su marido, conservador de pensamiento, estaba atrapado en un territorio dominado por liberales, y la única opción fue la huida.

Se quedó sola en la finca, con siete hijas a su cargo y un destino incierto. “Los otros chinos ya estaban estudiando en Bogotá y San Agustín, allá teníamos finquita al pie del hotel Yalconia”, contó con orgullo. Pero la finca, que antes era un lugar próspero, se acabó. “A Floro le gustaba el traguito, hizo vender la finca y terminó en manos de la guerrilla, eso se llenó de guerrilla”, recordó.

A pesar de la adversidad, Ana Rita nunca dejó de luchar. “Vendíamos el café, pagábamos a los trabajadores y salíamos adelante. Antes era más tranquilo, pero luego empezaron a quitarle las fincas a los ricos. Comenzaron a llevarse el ganado, mi papá pelaba dos reses a la semana para cargar para la guerrilla, eso le robaban”. Y recordó que en ese tiempo el que mandaba era ‘Tirofijo’.

Un bonito recuerdo con sus hijas. / Foto: Suministrada.

La política

Aunque vivió las consecuencias de las diferencias entre los partidos, no le preocupaba la política y con los años, la memoria de los presidentes y de la política se fue desdibujando en su mente. “Nunca peleábamos por política con mi esposo, cada uno respetaba lo del otro”, dijo.

Al preguntarle si le gustó algún presidente, sostuvo que no recuerda algún nombre en especial, pero sí recordó la decepción con los Pastrana: “nada hicieron por mi tierra, por Colombia”, comentó.

Su vida ha sido una prueba constante de resiliencia. “Yo era bien guerrera, pero formidable desde cuándo me tocó administrar. Así me ha tocado”. Crió a trece hijos entre la incertidumbre y la esperanza, enfrentando el despojo, la violencia y la soledad con una dignidad inquebrantable.

Hoy, con el peso de los años en sus espaldas y el dolor persistente, sigue siendo un testimonio vivo de resistencia. “Hay personas que todavía se acuerdan de uno”, dijo con nostalgia. “Pero con los años, también se van olvidando”.

Y, sin embargo, su historia queda grabada en la memoria de quienes la escuchan, como un eco de lucha y perseverancia en una Colombia que ha cambiado, pero que aún guarda muchas historias como la suya.

Con la experiencia que tenía y que fue adquiriendo con el tiempo, se convirtió en una administradora excepcional. Sabía manejar los recursos y sacar adelante a su familia con su talento y esfuerzo. Era una mujer que lo aprendía todo, como una esponja que absorbía conocimientos. Desde tejer tapetes hasta confeccionar cobijas de lana, no había labor que no pudiera dominar.

Crió a sus hijos con el fruto de sus manos. Cada cobija que los cubría en las frías noches había sido tejida con amor y dedicación. Su esposo le llevaba los rollos de hilo y ella los lavaba, los transformaba en cobertores y seguía adelante sin descanso. No solo hacía cobijas, también creaba tapetes, incluso para los caballos. Su habilidad era infinita y su dedicación incansable.

El orgullo de ser una de las mujeres más longevas de Colombia. /Foto: Suministrada.

Las dificultades en el camino

Sin embargo, la vida no siempre fue fácil. Su esposo, aunque trabajador, tenía la debilidad del alcohol, lo que llevó a la familia a enfrentar serios problemas económicos. Los malos negocios los dejaron en la calle, y en una época en la que la palabra del marido era ley, no había mucho que ella pudiera hacer más que adaptarse y seguir adelante.

“Uno en esos tiempos, no podía enfrentarse con el marido, era lo que él dijera”, afirmó, a manera de sentencia.

Pero los tiempos eran difíciles en todos los aspectos. La violencia azotaba la región sin piedad. La llegada de los guerrilleros a su hogar era una amenaza constante. “Había que atenderlos, ofrecerles comida, sacrificar gallinas y preparar sancochos, todo por temor a las represalias”, recordó.

Su hogar, una vasta hacienda, se convirtió en un punto estratégico. Su padre, previendo el peligro, solicitó protección a las autoridades y pronto la finca se llenó de soldados. Pero eso no evitaba los encuentros entre bandos, las negociaciones clandestinas y la incertidumbre que flotaba en el aire. Desde Neiva llegaban refuerzos; su tío, Aníbal Cardoso Gaitán era gobernador del Huila. “Él iba a la finca y se estaba dos o tres días y nos enviaba policía para mantener cierto orden”, comentó en medio de sus recuerdos.

A pesar del respeto que la guerrilla tenía por su padre, la familia vivía con miedo. Cada visita de los insurgentes significaba un gasto enorme en comida y provisiones. Su padre, oriundo de Bogotá, había llegado a Neiva gracias a su abuelo, Ali Cardoso Gaitán, un hombre visionario que invirtió en tierras y adquirió la majestuosa hacienda Begonia. Una propiedad tan grande y próspera que incluso atraía visitantes de Estados Unidos, maravillados por su esplendor.

Pero, la fortuna no siempre sonríe. Un mal negocio con inversionistas extranjeros terminó en tragedia. Un altercado por la finca llevó a que los gringos prendieran fuego a la hacienda, reduciendo a cenizas años de trabajo y esfuerzo. Así, entre la violencia, la pérdida y la resistencia, la historia de su familia se tejió con hilos de sacrificio y fortaleza, igual que las cobijas que tejía con sus propias manos.

“Lo que fue, fue”

En una charla llena de nostalgia y memorias, Ana Rita, compartió detalles de su historia familiar, marcada por el amor, la pérdida y la gratitud. “Lo que fue, fue”, repite con resignación, recordando su infancia en una finca hermosa que su padre le dejó en herencia. En aquel lugar, una laguna de aguas cristalinas se convertía en testigo de los momentos felices que compartió con su familia.

Luis Ángel, su único hermano, lo perdió hace ya diez años en Bogotá. “Fuimos dos solamente”, menciona con un dejo de tristeza. Pero la vida continúa, y en su camino también ha habido alegrías, como la hermosa familia que formó en la capital. Su esposa, a quien describe como una mujer excelente, falleció hace dos años, dejando un vacío imposible de llenar. “Ella, ah, y él también”, recuerda, refiriéndose a su hermano y su cuñada, quienes también han partido. De su matrimonio, su hermano tuvo diez hijos, ocho de ellos mujeres, cada una con su propio destino.

“Hay que darle gracias a Dios”, reflexiona. “Siempre hay que estar con Él a toda hora”. Para ella, la fe es una guía en su camino, y encuentra consuelo en la oración, convencida de que es el mejor refugio en tiempos de alegría y tristeza.

Así transcurren sus días, entre recuerdos de su finca, el amor por su familia y la certeza de que la vida, con sus altos y bajos, sigue su curso. “Lo que fue, fue”, repite una vez más, pero con el corazón en paz y la esperanza intacta.

Ahora se prepara para celebrar este 9 de febrero 103 años de vida, que comparte con sus hijos y nietos y ahora con los lectores y seguidores de LA NACIÓN. ¡Feliz cumpleaños, doña Ana Rita!

Con motivo de su cumpleaños 103, Ana Rita Cardoso será objeto de reconocimientos y homenajes de parte de sus seres queridos. / Foto Suministrada.

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