Es claro que las personas se encuentran dotadas para trasmitir y entender matices emocionales como el placer, el sufrimiento, la alegría, la tristeza, el enojo o el asombro, a través de códigos creados en el lenguaje verbal y no verbal establecido en la comunicación. Comunicarse con los demás ayuda a reconocer emociones, sentimientos y necesidades individuales y colectivas, permite la adaptación al medio donde el individuo crece y se desarrolla. Sin embargo y pese contar con grandes avances tecnológicos en materia de comunicaciones, al interior de los hogares y entre algunos grupos humanos, ésta prácticamente, está a punto de desaparecer. En algunas familias se suele escuchar a los adolescentes diciendo que sus padres no les entienden, los padres diciendo que sus hijos no les hacen caso o sencillamente que no les prestan atención cuando se dirigen a ellos. Pareciera que dentro de la familia, todos hablasen lenguajes diferentes generando temas tabús, distanciamientos y conflictos al interior de la misma. Ahora bien, la presencia de conflictos en la familia no quiere decir que los padres o hijos no quieran comunicarse, se trata más bien de una dificultad para comunicarse, para sostener una conversación de corrido, larga y profunda, sin que el interlocutor deje al otro con la palabra en la boca, porque suena el teléfono, el celular, porque inicia un programa de la televisión que no se quiere dejar de ver o sencillamente porque el cansancio, hace perder el interés de entablar o mantener una comunicación. En ocasiones comunicarse se puede torna caótico, haciendo del celular, el teléfono, la televisión o el computador en un verdadero intruso. No se pueden negar las ventajas de la comunicación telefónica vía celular a través de la web, la velocidad de la misma resulta encantadora, pero mientras las personas más se comunican en la distancia, menos hablan cuando están cerca. Esta reflexión finalmente apunta a hacer consciencia de la dependencia que se tiene del teléfono, del celular o del BlackBerry. Muchos enajenados y autistas, absortos en el chat, terminan siendo adictos a estos aparatos de comunicación, inmersos en una sobredosis de información y conexión con un mundo virtual, que termina acabando con el delicioso placer de conversar con el otro frente a frente, en un espacio único y algunas veces irrepetible en la vida humana.