La Nación
Caen las estatuas 1 19 abril, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

Caen las estatuas

El comentario de Elías

 

Jorge Guebely

Bajar las estatuas de sus pedestales, volverlas añicos en tierra, pulverizarlas con pasión, más que vandalismo es lenguaje desesperado de un instinto de vida. Reivindicación de una existencia digna sin las imágenes enaltecidas de los grandes asesinos de la Historia, los peores genocidas. Señal inequívoca de haberlos derribados ya de la conciencia.

Caen estrepitosamente los peores: Sebastián de Belalcázar, exterminador infame de la cultura Misak; Leopoldo II, pavoroso rey belga que asesinó a millones de africanos; Edward Colston, repugnante negociante de esclavo, odiado por los ingleses de Bristol. Caen las desmesuras y los desarreglos mentales del pasado.

Caen por asepsia con la Historia, para limpiar ese macro-relato poblado de asesinos y genocidas, a los que hay que bajar del pedestal y lavarles el maquillaje. Falsos héroes a los que hay lijarle su función publicitaria y reducirlos a sus deplorables huesos humanos.

Cae Sebastián de Belalcázar para resistir al sadismo del poder dominante, la humillante obligación de glorificar al verdugo. Tan humillante como enclavar una estatua de Hitler en Israel por el holocausto, una del presidente Truman en Hiroshima por la bomba atómica.  Tan humillante como obligar al general Mendieta o a Ingrid Betancourt glorificar una estatua del Mono Jojoy o una de Álvaro Uribe en casa de las madres que perdieron sus hijos en los falsos positivos. Sadismo desmesurado e irrespetuoso de los poderosos.

Cae para recordarle al poder amnésico las víctimas del pasado y las masacres del presente. Reafirmarle que la estrategia de aniquilar la memoria, cultivar el olvido, promover la ignorancia, consolidar la esclavitud histórica, ha fracasado.

Cae física y mentalmente para homenajear a los mayores, los que padecieron los estragos del poder. Para construir la dignificación del presente y la re-significación del futuro. Para comunicar públicamente que, si la estatua de Belalcázar enaltece la vanidad del vencedor, también exacerba el dolor del vencido, le remueve su dignidad mancillada.

Cierto es que “Herir a un hombre en su dignidad es un crimen” como lo afirma Antoine de Saint-Exupery. Y cierto es que “En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad de hombre, ninguna tiranía puede dominarle”, como lo afirma Gandhi. Entonces, derribar estatuas de genocidas se comporta como buena señal, una conciencia del pueblo Masik que se hace mayor, que afina su grandeza humana. Imposible engañarlo con espejitos, ahora exigen respeto, dignidad. Exigen diálogo. Y si sólo persiste el autismo humillante del poder, su infame delirio de superioridad, entonces las estatuas de los genocidas seguirán cayendo de su pedestal.

jguebelyo@gmail.com