El evangelio de este domingo nos da la clave para la transfiguración de la mente, el cambio de criterio. Se trata del p anuncio de la pasión, mediante el cual se reorienta la predicación y la actuación del Señor. Ahora se desvela de qué modo Jesús entiende su mesianismo. El anuncio de su muerte en la cruz no cabe en las expectativas de Pedro ni de los discípulos. Éstos han reconocido al Mesías pero no han percibido las consecuencias y las exigencias de un mesianismo que acabará en la cruz por anteponer el Reino de Dios y su justicia al templo y al sistema del culto y por colocar al ser humano necesitado en el centro de atención de la vida religiosa. El tema dominante a partir de ahora en el evangelio gira en torno a su destino personal, un destino marcado por el sufrimiento, vivido como entrega de la vida hasta su ejecución en la cruz y orientado a la resurrección. Una vez más reaparece la incomprensión de Pedro de este destino paradójico del Hijo de Dios. Por eso Jesús no duda en llamar "Satanás" a Pedro cuando éste se desvía de los planes de Dios. La llamada siguiente del evangelio a “tomar la cruz y seguir a Jesús” no son dos cosas sino una sola, porque la una implica la otra. El verbo “seguir” es típico de los evangelios y significa mantener una relación de cercanía a alguien, gracias a una actividad de movimiento, subordinado al de esa persona. Tomar la cruz es la consecuencia vinculada directamente al seguimiento radical. Tomar la Cruz implica un cambio de vida continuo de renuncia a uno mismo para entregarse a la persona de Jesús y seguir sus huellas en una trayectoria de vida, marcada por los pasos que él nos ha trazado para anunciarnos el Reino de Dios, hasta dar la vida por su causa. No se trata de ir a la deriva por el mundo sino con Él y detrás de Él, siguiendo sus pasos, sus enseñanzas, su evangelio y con Su cruz. No nos inventemos más cruces ni sacrificios, pues bastantes cruces hay ya en nuestro mundo. Tanto la cruz como el seguimiento radical no se pueden entender bien si no van acompañados de un profundo amor a Jesús. Por amor a Jesús, hemos de mirar a los que entre nosotros llevan la cruz: los enfermos y ancianos, los inmigrantes y marginados, los pobres e indigentes, los condenados a una muerte lenta por carencia de medios de vida, los niños abandonados, explotados y maltratados, los eliminados antes de nacer, las mujeres maltratadas. Tomemos estas cruces como nuestras por amor a Jesús para que nuestra fe se avive y nuestro seguimiento como discípulos sea más fiel. Ser discípulo de Jesús conlleva la comunión de vida. Negarse a sí mismo es renunciar a todo tipo de ambición y anhelo personal, es dejarse transformar por la renovación de la mente, no amoldándose ni acomodándose a los criterios de este mundo, para entregarse por entero a ser testigos del amor sin medida de Dios.
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Cambio de criterio
«Quítate de mí vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.» (Mateo 16, 21-27)