La Nación
‘Celia, tantas cosas que no pude decirte’ 2 28 marzo, 2024
INVESTIGACIÓN

‘Celia, tantas cosas que no pude decirte’

‘Celia, tantas cosas que no pude decirte’ 8 28 marzo, 2024Carlos Iván Candela, esposo de la funcionaria de la DIAN asesinada hace una semana, relata a LA NACIÓN el drama de un hombre al que le matan a su esposa, acaban con su familia y dejan a su hijo huérfano. Hace su confesión porque quiere desahogarse desde el interior de su vivienda, donde ocurrió el crimen, y donde recuerda paso a paso los últimos momentos con Celia Escobar Flórez.

Cinco días atrás su esposa fue asesinada. Celia Escobar Flórez, jefe de Fiscalización de la Dian, recibió seis tiros en su espalda por parte de un hombre que maquilló su rostro con clara de huevo y dibujó falsas pecas en sus mejillas para despistar a las autoridades. Ese día, Carlos Iván Candela, su compañero sentimental, estaba en su finca en Campoalegre.

Celia reposa en el cementerio central de Florencia, Caquetá, de donde era oriunda. Él está en su casa, solo, en medio de mil recuerdos de su esposa, su ropa, su maquillaje, sus cosas.

Abre las puertas de su vivienda -donde ocurrió el crimen- a LA NACIÓN, pero duda en hacerlo. Es difícil hablar del asesinato de su mujer, recordarla. Lucas, Luna y Chiqui, tres perros cokers, laten desesperados. Desde que murió Celia, poco los consienten. Ella sabía hacerlo y muy bien.

"Hago el almuerzo", dice el hombre, mientras pide que le entiendan. "Tengo la casa desordenada, la Sijín prometió venir a investigar y no puedo tocar nada", cuenta Carlos Iván. Luce barbado, mechudo, desaliñado, como si la vida importara poco.

Prepara el almuerzo para Iván Felipe, su hijo de diez años, el mismo que intentó socorrer a su madre, pero no pudo. El chico escuchó el grito, era el de Celia, pero cuando salió a asomarse, no lo dejaron. Una vecina no quiso que viera lo ocurrido. La sangre permanecía en el suelo, él no sabía que era de su mamá, pero después lo entendió.

Pastas con pollo asado y algo de salchichas prepara con desánimo Carlos, mientras conversa con este periódico. Los caninos corren desesperados. Él les pide que se alejen, pero no hacen caso. La vivienda se siente vacía.

Celia y Carlos Iván siempre fueron solos con su hijo. No gustaban de empleada de servicio. La difunta quería hacerlo todo, incluso cocinar. "Tengo que luchar por mi hijo para que sea como su mamá, con los mismos valores, la rectitud…", añade.

Los minutos pasan y el hombre quiere desahogarse. No lo ha hecho desde que vio a su esposa inerte, sin vida en la funeraria:

“Estaba en la finca en Campoalegre, tierras que debo a la ex propietaria y al Banco Agrario. Hay cosecha de café y yo andaba ocupado. Llevábamos una semana sin vernos. El viernes -día del homicidio- nos hablamos por teléfono muchas veces. Le pedí que cobrara dos cheques de un café que había vendido.
“Me llamó y me dijo ‘amor, me dieron los cheques por tanto valor. Y ya’. Luego yo le marqué y hablamos a las carreras. Me dijo ‘amor te marco más tarde porque estoy con un contribuyente’.

“Me ocupé y horas más tarde marqué a la casa. Nadie contestó, timbré al celular de ella (Celia), pero tampoco respondieron. Había dos llamadas perdidas y un mensaje de voz: ‘Carlos favor comunicarse, su esposa tuvo un accidente’. Era la voz de una vecina, devolví la llamada, me preguntaron quién era y me reiteraron que Celia había tenido un accidente. ‘¿La cogió algún carro cruzando la avenida?’, pregunté. ‘¿Usted es el esposo de la señora Celia?, indagaron. ‘Necesitamos que venga rápido, a su mujer le acaban de pegar dos tiros’.

“Llamé a Juancho, sobrino de mi esposa, quien me ayuda en un parqueadero que tengo arrendado. Él no sabía nada, me dijo que ella se había marchado minutos antes a la casa contenta, sonriendo, normal. Le pedí que cerrara el parqueadero y fuera a averiguar.

“Colgué el teléfono y me entró otra llamada: ‘¿Es usted Carlos?’, dijeron. Yo respondí que sí. Ahí me dieron la noticia: ‘Su esposa acaba de ser asesinada, está en el Hospital de Neiva’. Se identificó como un capitán de la Policía.

“Me vine corriendo, tomé un carro viejo y arranqué con los trabajadores. Ellos me pedían que manejara despacio, que pensara en la vida de ellos, la mía, la de mi hijo. Yo estaba desesperado, no lo creía, quería pensar que era una chanza, una burla. No obstante, Jefferson, investigador del C.T.I me volvió a llamar. ‘Su esposa falleció’, me reiteró. ‘Yo tengo sus pertenencias, su hijo se lo acaban de llevar unos amigos suyos…’. El desespero mío era mayor.

“Me daba mucha rabia, uno no sabe a quién maldecir, quería saber por qué, quién lo había hecho. No sabía a quién echarle la culpa, a quién tratar mal. Uno se desadapta totalmente, uno no sabe qué camino tomar. Quería gritar, pero no podía. Es horrible…

En la URI de la Fiscalía me entregaron sus documentos. Y en el Hospital, no pude verla. La tenían en la morgue hasta el día siguiente que llegaran los médicos forenses. Esta es la fecha que ni sé cuántos disparos le pegaron. Me dicen que encontraron una bala en el carro, la gente habla, dice, inventa. Eso es muy doloroso y para que le digan mentiras a uno, prefiero no indagar a no ser que sea con la Fiscalía.

“No tuve más remedio que llegar a la casa esa noche. Entré despacio, miré las cosas de Celia, me encerré en un cuarto y hablé espiritualmente un rato con ella (ya estaba muerta). Sabía que su energía estaba allí, que aunque no estuviera su cuerpo, ella hacía presencia.

“ ‘Amor, perdóname por las peleas, discusiones de pareja, la distancia por nuestros trabajos, amor perdóname por si te fallé, perdón, perdón…’. Esto es muy duro, yo venía a estar con ella el fin de semana, celebraríamos el Día de la Madre, el 24 de mayo estaba de cumpleaños. Le pedía a Celia tranquilidad, fuerzas para sobrevivir, le decía que Iván Felipe iba a estar bien, que no estaría solo. Muchas cosas tan guardadas que nunca le dije, que jamás le expresé. Por eso a las personas es mejor decirles las cosas en vida porque el tiempo en la Tierra es prestado. Me desahogué solo, en casa. Pero era tarde, ella ya no estaba conmigo.

“Esa noche también llegué a donde estaba Iván Felipe, mi hijo. Estaba dormido en casa de sus abuelos. Creía que a su mamá la había accidentado un carro. Fue difícil decirle la verdad, no podía herirlo: ‘Su mamita, una mujer linda, buena, está muy grave y probablemente no la podamos ver de la misma forma’, le dije en voz baja. ‘Después del hospital, de pronto no la volvamos a ver cómo antes’, agregué. ‘Hay gente torpe que comete errores y con tu mami lo han cometido. Tu mamita no estará con nosotros de manera física, sí con papito Dios’. Él ya ha entendido: su mamá ha muerto. Es doloroso contarlo, se le llorosearon los ojos, quedó estático y lo dejé. Tenía que desahogarse. Yo no aguantaba, mi voz se quebraba.

“Volví al siguiente día a Medicina Legal, cumplí el deseo de la familia de velarla y sepultarla en Florencia, Caquetá. No podía oponerme, sí respetar el dolor de la mamá de la flaca (Celia).

“En la funeraria logré verla por primera vez después de fallecida. Estaba tan mal que me permitieron estar a su lado. Ahí estaba ella, acostada, era mi flaca. Ayudé a maquillarla, arreglarla. Y hasta vi cuando delinearon sus labios con su labial preferido, el mismo que hoy conservo en mi bolsillo, es su recuerdo, es saber, sentir que ella está conmigo.

“La acompañaron muchas personas, la despidieron sus amigos, familiares, compañeros de trabajo de la Dian que hoy (viernes), preparan una misa, a la que no puedo asistir. Debo recoger a Iván Felipe y exponerlo a la iglesia no lo veo conveniente. Querrán abrazarlo, cogerlo, solidarizarse y no es aconsejable. Es un niño y quiero que vaya aliviando su dolor lentamente sin dejar de amar y sin olvidar a su madre, esa mujer que lo dio todo por él.

“Hoy vivo solo con Iván, duermo a su lado, aunque olvidar la compañía de Celia en las noches, en el día, es más que imposible. Esta mañana lo desperté a las 5:00 de la mañana, planché sus uniformes, preparé su merienda y lo llevé al colegio. Le pedí al profesor que los niños no le preguntaran mucho, no lo acosaran con la muerte de su mamá. En lo posible, que lo tuvieran entretenido con otros temas. Él docente aceptó.

“Nos quedaremos en Neiva. Celia nunca quiso que su hijo estudiara en Florencia y quiero seguir con los trabajos en la finca. No nos mudaremos de casa, este era nuestro hogar, la casa por la que tanto luchó mi esposa.

“Por ahora me sigo preguntando ¿quién la mató? ¿Por qué? No encuentro respuesta. A ella poco le gustaba hablar de su trabajo, era muy profesional. Dicen muchas cosas, pero no sé. Los investigadores apuntan a que el crimen fue laboral, yo he colaborado con toda la información que necesiten, pero sí quiero saber quién fue porque han cometido un error muy grande. No solo acabaron con ella, también conmigo, con mi hijo, con toda la familia que hoy siente el vacío de Celia. Confiamos en la Fiscalía, ellos hacen un buen trabajo, aunque nada revivirá a mi esposa.

“Seguiré adelante con ‘Pipe’, los dos solos, rodeados de familia y compañeros de Celia de la Dian, que lo quieren como un hijo. Nuestra vida cambiará en adelante. Solo me resta recordar los once años juntos, el día en que la conocí en Florencia, cuando nos vinimos a Neiva, nuestra última fiesta (matrimonio), juntos, y desde luego, su despedida, ese momento trágico que jamás pensé que llegara. Menos tan demasiado temprano”.

LA NACIÓN se despide, Carlos Iván terminó su almuerzo. Y mientras nos marchamos, alista tres platos para servir la comida, aunque rápidamente recuerda que son dos. El tercero, el de Celia, no volverá a usarse.