Una mirada hacia la familia
Consuelo Serrato de Plazas
«Si supieran que en la infancia se define la salud mental de un adulto, pensarían dos veces antes de corromper el alma de un niño con palabras y acciones tóxicas».
Los estilos de crianza se constituyen en la piedra angular a la hora de educar, dado que influyen significativamente en el desarrollo físico, emocional y mental de los niños y niñas. Bajo esta premisa quisiera reflexionar acerca de la nociva e inadecuada práctica parental, antesala de una vida colmada de inseguridades, temores y retraimientos que condiciona negativamente el normal desarrollo de su descendencia y de paso menoscaba el camino hacia la adultez. Ya lo reza el proverbio escocés: «Por buena que sea la cuna, mejor es la buena crianza».
«Eres un bueno para nada». «Definitivamente no vas a lograr nada en la vida». «Que torpe eres». Estas y otras muchas frases denigrantes son las que jamás deberían dirigir voluntaria o involuntariamente los padres a sus hijos, pues lo único que consiguen es debilitar su autoestima y dejar huella indeleble en su alma. Olvidan, como lo expresara la escritora cubana Zenaida Bacardi que «el niño es como un barro suave donde puedes grabar lo que quieras… pero esas marcas se quedan en la piel… Esas cicatrices se marcan en el corazón… Y no se borran nunca».
Bien sabido es que la infancia y la adolescencia son etapas del desarrollo de gran fragilidad emocional, donde se afianzan las bases para la construcción de identidad y el sano desarrollo de la autoestima. Investigaciones recientes ponen en evidencia que «la satisfacción de las necesidades emocionales básicas del niño son condiciones imprescindibles para asegurar su bienestar y permitirle un desarrollo sano».
En sintonía con lo expuesto, si queremos afianzar la felicidad de nuestros hijos, esforcémonos y ayudémoslos a descubrir y promover el gran potencial que hay dentro de ellos. No olvidemos que cada persona posee habilidades diferentes. Albert Einstein lo sintetiza en una de sus célebres frases: «Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su capacidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil».