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Cómo aportar a la paz

Como lo afirmara el ex rector de la Universidad Nacional, profesor Marco Palacios, pareciera que dada su larga duración, el conflicto colombiano tendiera a concebirse como un fenómeno “natural” y “consustancial” a nuestra historia, geografía o psiquis nacional. Hay quienes piensan que la violencia es una característica propia de los colombianos.

Si analizamos qué nos pasa, nos percataremos de que si la violencia es generada por seres humanos; está en nuestras manos, los seres humanos, contribuir a detenerla.

Veamos algunos antecedentes: en la década de los años 50 del siglo XX se presentaron absurdos enfrentamientos originados por una lucha sectaria y fanática entre liberales y conservadores, rojos y azules, provocando numerosas muertes de parte y parte; sus orígenes se remontan a la Guerra de los Mil Días, a los enfrentamientos partidistas liderados por los presidentes electos Enrique Olaya Herrera y Mariano Ospina Pérez y, en 1948, al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, que desencadenó una escalada de violencia sin precedentes. Vino luego la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla y el Frente Nacional, estrategia de continuismo de los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, con exclusión de otras expresiones políticas.

El libro “La violencia en Colombia” de Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, precisa que la consecuencia de este primer período de violencia fue la quiebra de las instituciones políticas, gubernamentales, religiosas y familiares fundamentales.

Destaca el profesor Palacios que “en esa época, cuando fueron más delgadas y contingentes las líneas divisorias entre lo legal y lo ilegal, de lo pacífico y lo violento, de la justicia del Estado o de la propia mano…” millones de niños, que son los adultos de hoy, crecieron sin líneas claras entre lo legal y lo legal, lo pacífico y lo violento, la justicia estatal y la propia; así lo ilegal tomó cada vez más fuerza con prácticas como evasión fiscal, contrabando o sobrefacturación, al tiempo que se desatendieron las necesidades prioritarias de los más pobres. Luego de cuatro décadas de violencias: política, guerrillera y del narcotráfico, se producen dos engendros perversos: el paramilitarismo y las “bacrim”.

Llaman la atención del profesor Palacios sobre dos aspectos: la cultura de la ilegalidad y la permisividad social. Frente a ellos se puede contribuir más decididamente a construir la paz, no como punto de partida sino como resultado. En la familia y en la escuela es posible impedir el surgimiento de potenciales delincuentes, si con sabiduría se aplican sanciones sociales y educativas oportunas en niños y jóvenes, cuando las circunstancias lo ameriten. Es igualmente necesario un Estado fuerte, consolidado, justo y equitativo y esto depende también de los seres humanos…