Es cierto. El conflicto moral en los últimos treinta años ha sido brutal y sus consecuencias son cada vez más trascendentes y evidencian aquello por lo que se lucha en esta época. Es cierto. El conflicto moral en los últimos treinta años ha sido brutal y sus consecuencias son cada vez más trascendentes y evidencian aquello por lo que se lucha en esta época. Las viejas batallas del centralismo contra el federalismo, o del catolicismo de Estado contra el liberalismo, o la lucha de clases, constituyen el balance de la historia, pero son menos trascendentes que la lucha de esta época. El conflicto, en pocas palabras, trata de la pugna por la penetración de la cultura mafiosa en la sociedad. Y si me preguntan en qué va, digo que lamentablemente triunfando: es fácil saber por dónde avanza esa cultura de mafia entre nosotros. En el departamento prosperan sin mayor oposición los criterios, los modos, los valores, la mentalidad, las formas de poder, los negocios, las maneras de proceder, de hacer campaña. Y asciende la visibilidad de quienes personifican esa cultura, se potencia y se venera su éxito. El narcotráfico es una expresión de ello, pero no es la única. En ella, la razón del poder es egoísta. Por lo general la motiva la sed de riqueza, pero también la pasión de mandar y mantener en vilo el destino de los demás. Ser mafioso tiene que ver con la forma de vida al margen de la Ley, que suplanta al Estado y se sustenta con salvajismo y ferocidad, en la disposición de hacer lo “necesario”, sin escrúpulo, sin límite, para alcanzar fines y propósitos individuales y sediciosos. Lo que se viene disputando en el Huila es eso: la demarcación del terreno ético de esta región. La definición de lo que nuestra sociedad entiende que son fines últimos de la vida de las personas y de su existencia como grupo, la definición de lo que se puede y no se puede hacer, y como es natural, de las características del poder en el cual se soportan esos principios para garantizar su prevalencia. En esa lucha de valores y antivalores se seleccionan los dirigentes con los que las corrientes se identifican y con quienes se consolidan y extienden. Así como el narcotráfico es parte de esa cultura, también lo son paramilitares y la guerrilla, y lo que algunos, con acierto, llaman “politiquería”. Unos se soportan en sicarios, en ejércitos irregulares, en el terrorismo. Y en el dinero como instrumento eficiente para comprar conciencias y torcer las instituciones. Escribo este artículo con preocupación. A veces parece ser que esta sociedad no saldrá de la larga y oscura noche en la que está. sergioyounes@hotmail.com