Quienes vivimos en el sur del país sabemos que tenemos entre manos un don de la naturaleza, de la historia y de la cultura, una riqueza singular. No se encuentra, después de la gesta de nuestra independencia, epopeya más importante desde el punto de vista que se le mire, que la colonización que encarnaron nuestros abuelos y que prolongaron en sus descendientes. Ella deja por testimonio el esfuerzo humano y económico que habitamos y que se extiende y enriquece con el trabajo cotidiano que pasa de mano en mano y de generación en generación. Somos un sólo referente para el mundo que no alcanza a distinguir las diferencias sutiles que tenemos dentro de la misma familia, que más que diferencias son diversidades, complementos. Nacimos de la misma historia que nos encauzó por el sendero de un destino común. Es decir, nacimos con idénticas raíces culturales, navegamos el mismo río de pasados, presentes y futuros, dentro de unos linderos geográficos que compartimos. En este espacio de múltiples ecosistemas, con sus desarrollos agropecuarios, agroindustriales, industriales, comerciales, turísticos, financieros. Con todo eso y mucho más, somos un sólo universo, una sola realidad. Este conjunto tiene por la época por la que atravesamos retos de inusitada trascendencia. En tiempos como estos, de de crisis de las instituciones y de las libertades, de dificultades en la economía y en lo social. En estos tiempos, decimos, el compromiso de nuestra región, aún no desarrollada pero potente en realidades y posibilidades, es inmenso. Porque los hombres, las sociedades, las naciones esperan de los que pueden dar. Y nosotros podemos. Eso sí, está de por medio una condición si lo que deseamos es grabar en la memoria de estos tiempos un buen recuerdo de lo que somos capaces de hacer. Para dejarle a los descendientes un legado del que ellos y nosotros mismos nos sintamos orgullosos. Para servirle a Colombia en su crucial momento, como corresponde, obliga a entendernos dentro de la región como gente civilizada y moderna. Mirarnos a la cara de igual a igual, tratarnos como hermanos. Con respeto y solidaridad. Estamos obligados entonces a sentarnos a la mesa a definir los caminos de nuestro futuro común y sobre la misión que compartimos por razones que superan nuestras propias veleidades. Y a organizar la sociedad que queremos como la queremos con planes de acción que dimensionen realidades y posibilidades sin discriminaciones ni mezquindades, con la grandeza que va más allá de minucias que empequeñecen y empobrecen. Armemos un equipo de región, una conciencia de región. Twitter: @sergioyounes