El pasado domingo 6 de enero, el abogado Álvaro Carrera escribió su columna del diario La Nación con el título “El culto a Chávez” en el que critica con acidez el endiosamiento de la personalidad de Chávez en la vecina República Bolivariana de Venezuela. Aunque comparto con el columnista su aversión por este culto a la personalidad que genera profundos daños en la cultura y la política de los países que lo padecen, discrepo de su enfoque así como de varias de sus afirmaciones. No es cierto que Colombia haya sido una democracia ejemplar en Latinoamérica y que aquí el culto a la personalidad haya estado proscrito. Baste recordar la dictadura de Rojas Pinilla, los 20 años de estado de sitio permanente durante los gobiernos del Frente Nacional y especialmente los 8 años recientes de gobierno uribista en los que muchos pensaron que sin Uribe en la presidencia el país estaba condenado a la ruina, y para mantenerlo en el poder urdieron todo tipo de conspiraciones (Yidispolítica, chuzadas del Das, intento fraudulento de tercera reelección, etcétera). Habla bien del país que haya frenado a tiempo este desbordamiento autoritario, pero nos advierte que no estamos exentos de la enfermedad. George Plejanov, quien fuera el verdadero maestro del marxismo ruso, escribió un texto que tituló “El papel de la personalidad en la historia” en el que plantea que son las fuerzas económicas y sociales las que hacen la historia y que la personalidad como factor subjetivo, sólo contribuye parcialmente a acelerar o retrasar estos procesos. A pesar de sus enseñanzas, que fueron muy leídas por toda la dirigencia revolucionaria, a la muerte de Lenin, su cadáver fue embalsamado incluso contra su mandato testamentario y Stalin hizo del culto a la personalidad, toda una institución. La culta Alemania convirtió a Hitler en el instrumento de sus sueños imperiales y otro tanto le sucedió a Italia con Mussolini. De manera que la historia le hace sus jugadas a las naciones y purga sus debilidades con caudillos providenciales que estimulando el culto a la personalidad, las llevan a crisis de las que sólo se recuperan después de muchos años de lenta purga de sus pecados. Las democracias parlamentarias, así exista monarquía constitucional como el caso de Bélgica (le recuerdo doctor Carrera que en este país el jefe del gobierno si es un Primer Ministro) en donde el parlamento, mediante coaliciones de los partidos que lo integran, designa al Primer Ministro, están más curadas del fenómeno del culto a la personalidad y resuelven con mayor facilidad sus crisis políticas. Están más expuestas las democracias presidencialistas en las que los líderes providenciales terminan causando verdaderos desastres como el último Bush de los Estados Unidos.