La Nación
COLUMNISTAS

De Bielorrusia a Colombia

Siempre pensé que Svetlana Alexiévich hablaba inglés, como otros ganadores del premio Nobel de Literatura que lo terminan aprendiendo por la fuerza del oficio, de ahí que fuera sorpresivo tener que escuchar a una somnolienta traductora en lugar de su ronca voz de matrona soviética durante el brillante conversatorio que presentó en la Feria del Libro.  Pero como el dolor habla todos los idiomas, fue posible percibir en su narración las cicatrices de un alma desgarrada por tanta guerra vista, aquellos océanos de sufrimiento forjaron la apariencia tranquila de Svetlana, un blindaje natural de quien ha presenciado los horrores más grandes causados por el hombre.
Sus ojos reverdecen cuando habla de la paz de nuestro país. Añorando una parecida para su amada Bielorrusia, un recóndito apéndice que surgió en Europa del Este tras la atomización de la Unión Soviética. “Fuimos criados para morir, la guerra era nuestro destino”, dice y nos hace sentir una punzada a los que nacimos en medio de una generación de noticieros y diarios convulsionados por las balas de unos y otros. Pero su guerra es distinta, no es entre hermanos como la nuestra, sino entre potencias, el comunismo contra el capitalismo, una confrontación vacua por la prevalencia de un sistema económico sobre otro.
Escucharla es un bálsamo contra la violencia, su forma íntima de relatar la hecatombe de su pueblo y la búsqueda constante de la esperanza por parte de los bielorrusos nos obliga a reflexionar sobre cuan ridícula es nuestra matanza interna.“No se imaginan lo difícil que es matar”concluye mientras rememora el drama de las mujeres obligadas a rematar niños soldados en tiempos pasados, una verdad tan simple que olvidamos por culpa de los corazones con callo que los fusiles nos implantaron.
Su literatura ha sido desterrada de su patria por órdenes estatales. Comerciar sus libros en Minsk es más parecido a un osado espionaje cultural y todo porque la franqueza de sus letras incomoda hasta al Kremlin. Tomando voces prestadas, logra relatar los absurdos de su nación en una clara diferenciación entre la crítica profunda y la simple apología, que es lo que hacemos aquí, porque en Colombia cuando se escribe sobre “la realidad del país” se termina alabando villanos y endiosando capos. Ella lo explica con un “Los escritores deben estar del lado de la bondad” y un “No se puede glorificar la maldad”, palabras que me hacen cuestionar qué tanto porcentaje de la violencia colombiana, en todas sus manifestaciones, es responsabilidad directa de escritores, columnistas y medios.
Alexiévich pasó por Bogotá y nos demostró lo mucho que va de Bielorrusia a Colombia, como una especie de espejo que nos enseña el futuro distorsionado por una insulsa guerra de nunca acabar. Ojalá estos choques con la providencia nos ayuden a aprender esas lecciones que la sangre ajena le ha dejado al mundo, justamente para que nosotros no repitamos su historia.
Obiter Dictum:Viendo el caos tras la visita de Germán Garmendia a Filbo, recuerdo las palabras de mi profesor de Derecho Constitucional: “Lean, así sea basura, pero lean”.