Lo bueno que ha traído para mí la parafernalia de la posesión del presidente de los Estados Unidos ha sido la disminución de la preponderancia del nefasto señor Ex en los medios de comunicación. Sólo eso. Como si en cada caso no se estuviera pendiente sino de las estupideces que los seres humanos cometemos a diario, unos más, otros menos, en nuestro diario trajinar por este mundo. Y en proporción directa con la ambición de cada cual. Realmente un alivio.
Y eso sucede por las comparaciones, por la manía de ponderar lo nuestro más allá de la cordura, y esa vocación de arrodillado que tiene el país desde los tiempos de la Conquista. Pero se compara. La despelucada melena amarilla, que preside la potencia del Norte, las gafitas del innombrable, porque ambos portan la incertidumbre de la desgracia en sus actuaciones.
Sólo que el de arriba es más directo, franco quizás, el de abajo es como las culebras, impredecible. Uno es magnate, el otro gamonal.
Fíjense ustedes, yo también hago odiosas comparaciones. Sólo que quiero comparar otras cosas.
Después de haber terminado de leer el “Manual para mujeres de la limpieza”, de Lucía Berlin, excelente compilación de cuentos, repasé el volumen “Cuentos escogidos”, de Antón Chéjov.
Y recordé que al escritor ruso siempre se lo ha considerado como uno de los cuentistas más excelsos de la historia de la literatura. Por eso es bueno volver a los clásicos. Y a partir de descubrir que los dos tienen como prioridad el mundo que los rodea, poetas de lo cotidiano, de lo común y corriente en cada una de sus culturas, la comparación no se hizo esperar. Me pareció que había conexión de excelencia entre los dos autores.
Ambos manejan un lenguaje llano, directo, carente de las sinuosidades que porta la erudición del intelectual y, sin embargo, cargado de conocimiento, de sabiduría sobre la condición humana.
Es una prosa limpia y elegante, directa, que exterioriza al ser humano como es en su respectivo contexto.
He comparado con mayor detenimiento “La casa del sotabanco”, de Antón Chéjov, y “Temps perdu”, de Lucía Berlin, destacados para mí en sus respectivas obras.
En las dos narraciones palpita la historia de un amor frustrado, el pintor en el ruso, la enfermera en la estadounidense. Por supuesto, distantes en los contextos, tanto en espacio como en tiempo, pero hermanadas por la captación de los sentimientos humanos, guiados por la ideología del momento.
Tuve que deducir con mi comparación que lo importante no es el espacio ni el tiempo sino el acertado manejo en la manifestación del alma humana de su intención de vida, como acontece con el magnate del Norte y el mayordomo del Sur.
A eso nos lleva la literatura.