La Nación
De máscaras y rostros 1 18 abril, 2024
COLUMNISTAS

De máscaras y rostros

El comentario  de Elías

JORGE GUEBELY

Las lecturas de Gilles Lipovetski iluminan la cultura del mundo actual o posmoderno como él mismo lo llama. Sociedad avasallada por la contaminación informativa, estrategia eficaz para evangelizar ciudadanos. Mecanismo perverso para crear necesidades artificiales y hurgarlas permanentemente hasta convertir al ser humano en un continuo insatisfecho. Sociedad de gente solitaria en el tumulto que se refugia en el placer, el culto a lo natural y el humor. Alguna droga debía socorrerlo en su drama.

Reflexiones importantes surgen también de sus textos. Un abismo separa el desarrollo de la “personalidad” a la del “individuo”. Ambos términos referencian al ser humano, entidad hoy cada vez más aislada por los excesos de importancia personal. El capitalismo no puede sobrevivir sin los excesos de egolatría.

De allí la importancia de estimular el desarrollo de la personalidad. Importa agrandar el personaje que cada cual lleva dentro, hacernos partícipes de la gran obra teatral. En fin de cuentas, el vocablo “personalidad” tiene la misma raíz de “personaje”: “prosopon” que alude a la máscara que usaban los antiguos actores griegos. La sociedad posmoderna privilegia el rol en detrimento del ser humano, el maquillaje en vez del rostro. La calidad de la máscara es el principal pasaporte para triunfar en la sociedad de actores, de lobos capitalistas.

Con el abuso de información mediática, el ciudadano está libremente acorralado. Casi todos los caminos al ser están cerrados, sólo proliferan las autopistas que conducen a la máscara. Todas las noches, frente al televisor, le espolean la necesidad una careta más vistosa. En la calle, en el centro comercial, en el trabajo, lo persigue la obsesión de un antifaz más luminoso que el de los otros. Avalancha capitalista que termina por paralizarlo humanamente. Casi nada lo conduce al desarrollo de su individualidad.

Satisfecho o frustrado, la necesidad de imagen no lo deja en paz. Lo convierte en un desdichado feliz con su desdicha al hombro. Por andar detrás de la máscara o de múltiples máscaras, se le borró el rostro. Su identidad natural pasó al olvido, su individualidad se convirtió en distorsión.

El poder lo envilece con su lenguaje distorsionado. Escucha permanentemente vocablos deformados por los intereses de las élites. Entiende por “democracia” lo que quiere el liberalismo así como entendía por “materialismo” lo que quería la iglesia. Talanqueras que impiden el ingreso al rostro. Para el capitalismo, nada ha de conducirnos al ser humano. Constituye su peor antídoto pues se alimenta de máscaras, lo que le garantiza larga existencia.

jguebelyo@gmail.com