Por: Jorge Guebely
Mayúsculo ejemplo de Chile, su ciudadanía camina más cerca de la modernidad que la colombiana. Lo mostró en las pasadas elecciones para redactar la nueva Constitución. Conminaron al tercer y último lugar a los partidos tradicionales, los pre-modernos, los conservadores, los arcaicos por mandato genético. También los liberales anquilosados, liberales hasta antes de la revolución francesa.
Excelente ciudadanía, puso a los partidos de izquierda en segunda posición, organizaciones de rápido envejecimiento. Otorgó el primer lugar a los ciudadanos independientes, a la posibilidad de orientar el futuro con criterios propios. Saben que ningún porvenir humano existe en ninguna tolda política. Son instituciones convertidas, según Maurice Duverger, en carteles de copartidarios, violadores de leyes para el usufructo vandálico partidista.
Lo había intentado anteriormente con Salvador Allende, liberal de corte socialista. Lo impidieron el conservadurismo de extrema derecha en la abominable figura militar de Augusto Pinochet y el arcaico y corrupto republicano, Richard Nixon. Lo impidieron, pero el proyecto modernista de la ciudadanía chilena persiste. Surgió de nuevo en las elecciones pasadas y tendrá vigencia en la nueva Constitución.
Excelente ejemplo para la ciudadanía colombiana, la que persiste obstinadamente en la pre-modernidad. Aún cree en los partidos tradicionales: Centro Democrático de corte militar y guerrerista, Conservador de costumbres clientelistas, Cambio Radical de aspiraciones caudillistas… Aún confía en el liberalismo criollo, cualquiera que sea su rama. Fruta podrida si haber sido verde jamás y, mucho menos, madura. Verdadero fiasco histórico para Colombia.
Como la chilena, la ciudadanía colombiana debe saltar de la pre-modernidad a la modernidad. Superar el atraso político, rechazar los bajos fondos de la podredumbre. Salto cultural, mental, del Estado plutocrático a uno verdaderamente republicano, de la falsa a la auténtica democracia. Inaplazable salto de consciencia del siglo XVI y XVII al XX y XXI.
Toca prescindir del vasallo que nos habita, promover el libertario que dormita en el subconsciente. Confiar más en la ciudadanía y menos en las organizaciones políticas. Más en la comunidad y menos en los líderes, oscuros y carismáticos personajes, reminiscencias de los primeros gobernantes de la tierra. Desconfiar de cualquier proyecto electoral y confiar más en la construcción de un Estado moderno, democrático, con sentido humano.
Instalarse definitivamente en la modernidad para votar y votar libremente. Para prescindir de las banderas tradicionales, las que violan la ley y los derechos humanos sólo para engordar privilegios elitistas. Adquirir finalmente el estatus de buen ciudadano según Cicerón: “Ciudadano que no tolera que, en su patria, un poder se haga superior a las leyes”.