Julio Enrique Ortiz Cuenca
Ante la crisis de liderazgo y de los partidos, el mayor reto de la democracia es sobrevivir. A pocos meses de las elecciones la mayoría que no hace parte de las clientelas y del mercado electoral manifiesta no tener claro por quien votar, o consideran hacerlo en blanco o abstenerse.
No hay partidos, existen fábricas de avales y empresas cuyo propietarios –candidatos compiten en el mercadeo electoral con la ambición de fortalecer sus intereses personales.
Los partidos comenzaron a derrumbarse cuando en aras de la paz entre liberales y conservadores y para acabar con la violencia de mitad del siglo pasado, pactaron el frente nacional, institucionalizando el clientelismo, el reparto del poder en cuotas burocráticas, borrando las fronteras ideológicas y convirtiéndose en un solo partido que monopolizo el Estado y cerro los espacios a otras fuerzas políticas como alternativa de poder u oposición al régimen establecido.
El reparto del poder, presupuestos públicos, burocracia y la contratación ilegal, resquebrajaron la moralidad pública, abriéndole camino a la “narcopolitica”, a las modalidades delictivas de hacer la política, al enriquecimiento fácil y a la impunidad.
Con la perdida de los conceptos de honradez, dignidad, vergüenza y todo escrúpulo moral se comenzaron a organizar los carteles de la contratación con proponentes únicos y los “Odebrecht”, para el asalto a los presupuestos públicos para financiar costosas campañas al congreso y demás corporaciones legislativas y cargos de elección popular. Se organizó la compraventa de votos, líderes y medios de comunicación para manipular la opinión pública, promoviendo los “ñoñosliderazgos” como grandes barones electorales.
Los principios , valores y filosofía de los partidos fueron arrasados por la corrupción, el asalto a los presupuestos públicos, el tráfico de conciencias , aprovechamiento de la pobreza imperante , cerrando los espacios e impidiendo el surgimiento de verdaderos liderazgo , de la competencia de la inteligencia , de verdaderas vocaciones de servicio, de representantes de la nuevas generaciones y líderes con grandes capacidades, valores éticos , sensibilidad social y compromiso con los intereses populares.
Los candidatos honestos, capaces y populares en estos procesos electorales están en desventaja, frente a los dueños del poder, a quienes no tienen fronteras morales, usufructuarios del dinero mal habido y los presupuestos públicos.
Le corresponde al pueblo rescatar la democracia y la moralidad pública para que la gente vuelva a creer en ella y sientan el deseo de participar y ejercer sus derechos con plenas garantías.