Difícil camino. Por Miguel Angel Lemus Mangones

Exégesis Todos nos preguntamos –hasta los más optimistas- si los diálogos de paz van por buen camino o si por el contrario, estamos nuevamente frente a otro intento fallido. De ser esto último, solo faltaría el “detonador” para que las partes se levanten de la mesa, pese a que todos los ciudadanos estamos expectantes de un desenlace positivo, para dar por terminado a más de cincuenta años de conflicto por el poder. Los colombianos sabemos de antemano que el camino a transitar en La Habana no está entapetado de rosas y palomas, sino que va a ser tortuoso, máxime cuando el gobierno fue categórico en manifestar que dialogaría con el dedo en el gatillo. Era entonces natural que se presentaran refriegas de parte y parte, hechos que todos lamentamos, dada la extraordinaria fragilidad del proceso, flaqueza que puede ser utilizada por los enemigos agazapados de la paz, quienes le apuestan  a que los diálogos fracasen para obtener réditos políticos. Pero lo lamentable del asunto es que los negociadores del proceso se enfrenten en una locuacidad improductiva, que en nada le agrega valor a lo que quieren los ciudadanos de a pie. Lo manifestado  por la insurgencia que continuará con el secuestro es atravesarle una vaca muerta al camino por la paz. Y más lamentable aún es el pronunciamiento guerrerista y el lenguaje inapropiado del equipo negociador del gobierno. Por el contrario, los unos y los otros deben hacer gala de la debida prudencia porque son actores de acuerdos y no partes en conflicto. Creo que el discurso de Humberto de la Calle le correspondía pronunciarlo al gobierno y no a ningún miembro del equipo negociador, por muy importante que sea. Creo positivamente que la opción del dialogo constructivo es una alternativa para intentar la finalización del conflicto. Lo que se ha presentado es una consecuencia natural de conversar en medio del conflicto. Lo lamentable es dejarse intimidar por los enemigos del proceso, agazapados como están, buscando colocarle palos a un intento, que como el de El Caguán, se le debe conceder –por lo menos- el beneficio de la duda.  Creer que el proceso estaba libre de obstáculos porque todo “está acordado” es ingenuo. No obstante lo que deba enderezarse hay que intentarlo, como lo planteado por Samper, en relación con la necesidad de un acuerdo humanitario para evitar el secuestro de civiles y militares.

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