La Nación
Dios es mi meta 1 28 marzo, 2024
MENSAJE DE VIDA

Dios es mi meta

«No perdáis la paz, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones, si no, se lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y ya sabéis el camino a donde yo voy». Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?» Jesús le respondió: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Le dijo Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta».  Jesús le replicó: «Felipe, tanto tiempo hace que estoy con vosotros, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: “Muéstranos al Padre?” ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que yo os digo no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras que hago yo, y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre». (Juan 14, 1-12).

Padre Elcías Trujillo Núñez

El Evangelio de este domingo prepara a los apóstoles y hoy a nosotros para dos acontecimientos sobresalientes de la historia de salvación: la Ascensión de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Son dos misterios de la fe que engranan profundamente en nuestra existencia personal: nuestra vida consiste en un ir hacia el Padre. Y el Espíritu Santo es el gran guía y educador en este camino. A la luz de esta Palabra preguntémonos: ¿de dónde venimos y hacia dónde vamos? Ésta es una de las preguntas más esenciales de nuestra vida. Jesús hoy nos quiere dar la respuesta: “Yo me voy al Padre”. Y en otra oportunidad Jesús amplía todavía más su respuesta: “Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre” (Jn 1 6,28).

Dios Padre es punto de partida y a la vez meta de la vida. “Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os llevaré conmigo”. Así estamos entrelazados con el destino de Cristo. ¿De dónde venimos? Tal como Él, en Él y con Él hemos salido del Padre y hemos venido a este mundo. ¿A dónde vamos? En Él y con Él vamos volviendo al Padre. Éste es el gran fin de nuestra vida. ¿Pero, creemos realmente en esto? Da la impresión de que muchos cristianos piensan que esta vida terrenal sea la única y la definitiva, que no existe otra vida en el más allá. Otros la viven como si no terminara nunca, como si no existiera la muerte. Y entonces, lógicamente, se apegan con todo su ser a los valores y a las cosas de este mundo: bienes y riquezas, satisfacciones y placeres y poderes. Olvidamos que todo esto es pasajero, que todo lo terrenal es transitorio: no podemos llevar nada de ello, un día tenemos que dejarlo todo. Somos peregrinos en este mundo. Pues, ¿dónde está nuestra patria definitiva? Está en la casa del Padre, está en el corazón de Dios.

Dios-Padre nos ha enviado, sólo por un tiempo muy breve, a esta tierra. Somos todos peregrinos extranjeros en este mundo. Y los pocos años que pasamos aquí abajo, son años vividos en tierra extraña. Resulta que no hay nada puramente terreno que puede llenar y saciar nuestro corazón humano. Nuestro anhelo profundo es demasiado grande para este mundo. Sólo Dios Padre es nuestro hogar. Todo lo demás es demasiado pequeño para nosotros. Nuestra hambre de felicidad únicamente será saciada en Dios y junto a Él. Jesús, en el Evangelio de hoy, no nos dice sólo adónde vamos, sino que nos muestra también el camino. Nos dice lo que debemos hacer para alcanzar la meta de nuestra vida: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

Solamente por Jesús y con Él llegamos al Padre. Su vida nos señala el camino. ¿Y cuál es el camino? Según su ejemplo, el camino es éste: ¡desprenderse de sí mismo y de las cosas, y entregarse a Dios! Si Dios es la meta de nuestro camino, si nuestros corazones deben pertenecerle al Padre, entonces hemos de desprendernos de todo lo que no le agrada. Hemos de liberarnos del egoísmo enfermizo en nuestro interior, de todos nuestros apegos y deseos desordenados. Sólo si nos vamos desprendiendo de nuestra soberbia y egolatría, sólo así podremos cobijarnos en Dios y abandonarnos a Él. Creo que no existe cosa más grande en este mundo que entregarse sin reservas a Dios, que regalarse totalmente al Padre. Nuestra grandeza no consiste en hazañas exteriores. Tal como fue en la vida de Cristo, solamente es grande nuestra existencia, si lleva el sello de la voluntad divina. Entonces es grande, por más oculta que permanezca.

El sentido de mi vida es caminar hacia el Padre. Él es mi meta suprema. Y cuando muera, la muerte significará solamente una ganancia para mí. Caerán todas las barreras terrenales. Poseeré, en Dios, la infinitud, la felicidad, el cumplimiento de todos mis anhelos, para siempre.