Dolorosa infinitud

Jorge Guebely

La estupidez humana ilumina todas las imbecilidades, las devela. Gracias a sus excesos en Colombia, descubrimos nuestro estancamiento cultural. Caminamos históricamente bajo el neocolonialismo norteamericano, pero, mentalmente, deambulamos en el viejo colonialismo español.

Imbecilidad colonial que nos hizo racista. Torpeza de apreciar el color de piel en vez del ser humano, de adorar al blanco igual si es nuestro verdugo, de despreciar al indígena, al afrodescendiente, igual si son nuestros mejores hermanos. Insana bandera, todavía la ondeamos con vergonzoso orgullo.

Cultura colonial que nos hizo machista. Privilegiamos la fuerza de chimpancé que aún palpita en nuestro subdesarrollo humano. Placer patológico de triturar al más débil, destazarlo física o verbalmente, machacar sus vísceras hasta volverle papilla su dignidad, únicamente para satisfacer al macho que pernocta en nuestro enano ser

Cultura tradicional española que nos inoculó el clasismo económico. Moral de caminar arrodillado ante los estratos superiores triturando a los inferiores. Enceguecidos por el brillo fatuo, confundimos el tener con el ser. Practicamos la sin-moral del “Dime cuanto tienes y te diré quien eres”. Nos encandilan los objetos exhibidos, no el sujeto camuflado entre cachivaches. Verdadero ciego: “…ciego que, viendo, no ve” según Saramago.

Imbecilidad que nos arrincona en la ridiculez. Secretamente pesa la nacionalidad colombiana, ofende el tercermundismo, seduce el Miami, embriagan las maricadas norteamericanas y europeas. No somos de aquí ni habitamos nuestros cuerpos. Nuestro mayor anhelo: tener ojos azules; nuestro mejor éxito: pintarnos los ojos de azul. Nuestra mayor aspiración: tener el pelo amarillo; nuestra mayor satisfacción: pintarnos el pelo de amarillo. Por imbéciles, nos hemos desnaturalizado hasta convertirnos en un Frankenstein cultural, un artificio humano, un monstruo desadaptado culturalmente.

Imbecilidad colonial que nos volvió candorosos, presa fácil de las elites colombianas, auténticos depredadores. Moralistas demasiado inmorales: predican contra los odios de clases, pero trituran a las clases menores; exaltan la paz, pero practican la guerra; pregonan el final de las ideologías -derecha e izquierda-, pero solo la derecha merece privilegios; se autoproclaman demócratas, pero prohíjan los asesinatos de la oposición; se consideran héroes de la verdad, pero en sus campañas políticas cunden las mentiras, el terror. Verdaderos explotadores del candor para perpetuarse en el poder.

Un imbécil es un francotirador cultural, un parapolítico cuando actúa en nombre de cualquier bandera. Descuartiza implacablemente a indígenas, afrodescendientes, pobres y débiles. Vergonzoso ciudadano con lógica de chimpancé.

Y nada deshumaniza tanto como la estupidez, partera de la imbecilidad. Y nada es tan infinito según Einstein: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.

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