Piero Emmanuel Silva Arce
Cuando la pensadora judía Hannah Arendt asistió como reportera del New Yorker al juicio contra el Adolf Eichmann, el burócrata que enviaba los trenes con judíos a las cámaras de gas, quedó asombrada por lo que percibió. Se encontró a un hombre tranquilo, confiado en que sus actos obedecían a las leyes del Estado nazi. Este ser superfluo decía que su labor institucional era esa y la cumplía correctamente. Según él, podía dormir tranquilo. Aquella experiencia llevaría a Arendt a escribir Eichmann en Jerusalén y serviría como otro punto de análisis para su extensa y profunda obra.
Eichmann era la representación de lo que Arendt denominaría el mal banal, esto es, aquella condición que no lleva a los seres humanos a discernir sobre sus acciones; se obedece sin tener en cuenta un análisis racional y ético. Por estos días el gobierno ha direccionado ataques en el Putumayo donde, presuntamente, han sido asesinados ciudadanos que no hacían parte de ningún grupo ilegal. De acuerdo con versiones oficiales, estas personas serían cercanas o colaboradoras de las disidencias de las Farc en el sur del país. ¿Quién no es cercano a los grupos armados en un territorio dominado por ellos? Por su parte, el ministro de Defensa ha salido por todos los medios a legitimar este acto que, más bien, parece una violación de los Derechos Humanos. Habla con seguridad sobre su papel como burócrata, no se muestra conmovido por las muertes ocasionadas. De igual forma, la semana pasada hemos sido testigos de una cacería de brujas: la persecución infame en contra de los jóvenes que apoyaron las manifestaciones del año pasado. No fue suficiente con las decenas de jóvenes asesinados, mutilados y violentados en el Paro Nacional del año 2021 solo por reclamar sus derechos fundamentales y una vida digna. Contra ellos toda la fuerza del Estado, mientras los Char, las Abudinem y otros corruptos andan a sus anchas sin importar que son un peligro real para la sociedad, dado su cuestionable historial.
Estos ataques virulentos en contra de la población por parte del gobierno de turno son graves porque evidencian lógicas de totalitarismo. Poco importan las consecuencias humanitarias de las acciones de la fuerza pública. El problema es que al igual que Eichmann, el nazi burócrata, quienes orquestan estas encerronas desde el poder ejecutivo parecen conciliar el sueño. No se perturban por los fantasmas inocentes que caen. Son la representación del mal banal y de un régimen “democrático” con sabor a dictadura.