La Nación
El alma de lo público 1 29 marzo, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

El alma de lo público

Piero Emmanuel Silva Arce

¿Qué es lo público? Esta pregunta es central en una sociedad que ha tergiversado su significado. Lo público se ha retorcido y las instituciones de este carácter han quedado presas de lógicas privadas que son normalizadas en el imaginario colectivo. Quienes aspiran a los cargos de dirección en lo público lo hacen pensando en imponer sus designios y, en ocasiones, olvidan que su responsabilidad es con el conjunto de la sociedad y no con su círculo de interés. Se naturaliza la privatización y el secretismo comienza a ser una práctica constante para esconder prácticas que atentan en contra del alma de lo público.

Lo público debe ser abierto, transparente, claro. Las acciones en instituciones de este tipo deben estar de cara a la ciudadanía y por eso estas deben propender por mecanismos de deliberación abierta que guíen sus destinos pensando en el interés común. Cuando un funcionario público utiliza su lugar para acumular capital y para aumentar su poder, de entrada, está dejando de lado la esencia de su labor. Enriquecerse a costa de los recursos públicos y promover el bienestar general son acciones contrapuestas, no se pueden llevar a cabo las dos; esta es la tensión que deben afrontar quienes hacen parte de las instituciones públicas. Lastimosamente, en nuestras sociedades hay sectores de la ciudadanía que son condescendientes con las prácticas de corrupción y de clientelismo que van arruinando el sentido de lo público y van introduciendo a las instituciones en crisis profundas que afectan el desarrollo de los pueblos. Cuesta mucho a los funcionarios rendir cuentas, les fastidia cuando se les advierte que no están haciendo bien su trabajo, se resienten como si se tratara de un hábitat privado. Se creen los dueños, sus movidas se hacen en secreto y en silencio. Contratan a sus amigos sin ningún tipo de rigor técnico, se benefician sus arcas personales, adquieren poder de influencia para todo tipo de toma de decisiones y no quieren volver a soltar estos lugares de privilegio; se aferran hasta el punto de tirar su reputación por la borda, lo ético es aplastado por las ansias de poder. Se vuelven unos sinvergüenzas.

Como ciudadanos debemos naturalizar que quienes son funcionarios públicos tienen una responsabilidad con el conjunto social. Si no hacen bien su trabajo y se concentran en favorecer sus intereses particulares deben ser apartados del cargo porque están atentando en contra del bien general. Es algo elemental. No obstante, los sueños de ser amos feudales siguen presentes en las almas de quienes administran lo público.