La captura esta semana del reelecto senador del partido Liberal, Mario Castaño, es el reflejo de cómo algunos han utilizado la política y los cargos burocráticos para montar ‘torcidos’ y hacerse multimillonarios.
El caso del senador Castaño es abominable. Según las autoridades, este político, reelegido en las elecciones de marzo pasado, era quien lideraba una red de corrupción que direccionaba contratos con la finalidad de apropiarse de recursos públicos del orden nacional, los cuales estaban destinados para cubrir obras públicas en Valle del Cauca, Cauca, Tolima y Risaralda.
Empresarios y otros particulares frecuentaban al senador Castaño para ser beneficiados con contratos. En ese sentido, funcionarios de diversas entidades ajustaban los pliegos contractuales y condiciones exigidas en licitaciones de obras públicas en distintos departamentos para que quedaran en manos de las oferentes que el congresista indicaba.
Por estos hechos, cerca de 10 personas fueron detenidas en pasados meses. El señalamiento de la Fiscalía es contundente: los involucrados “constriñeron a varias personas para que les entregaran una utilidad ilícita, es decir, una suma equivalente al mes de salario o de honorarios a cambio de lograr la vinculación como funcionarios o contratistas en varias entidades”. Las entidades donde se habrían feriado los contratos fueron el Sena Caldas, la Procuraduría, la Contraloría, la Agencia Nacional de Minería y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
Todo indica que a punta de coimas, el senador Castaño amasó una gran fortuna, que incluye cerca de 40 bienes inmuebles. Y poder: el político tiene a su hermano en un importante cargo de la Alcaldía de Medellín de Daniel Quintero.
Estos son los casos que tienen a la ciudadanía indignada con la clase política que en varias oportunidades se muestra todopoderosa. Sin embargo, llama la atención cómo fue que la gente reeligió a un senador con semejantes cuestionamientos.