El Catatumbo está ardiendo, su gente abandonada a su suerte clama respuestas en medio de una grave crisis humanitaria. Más de 32.000 desplazados y más de 80 muertos cuyos cuerpos siguen en las calles muestran el resultado de un desgobierno que prometió cambio, pero solo dejó engaños.
Hace unos años, Gustavo Petro habló de una inversión de 3.5 billones para esta región. ¿Qué quedó de esas promesas? Nada más que palabras vacías bajo la bandera de su “paz total”. Hoy el Catatumbo no conoce la paz, sino el horror de ser un campo de batalla entre el ELN y las disidencias de las FARC, mientras las comunidades sobreviven entre el miedo, la miseria y el abandono.
Este caos no es casualidad. Es el resultado directo de un desgobierno que debilitó las Fuerzas Armadas, desfinanció la seguridad y, mediante ceses al fuego irresponsables, permitió que los grupos ilegales se fortalecieran. Este es el claro reflejo del ‘petroceso’ que vive Colombia, donde las alertas tempranas de la Defensoría del Pueblo fueron ignoradas y el Ministro de Defensa Iván Velásquez, en lugar de liderar, se limita a declaraciones vacías sin acciones reales.
¿Dónde están ahora los que viralizaron el “#NosEstánMatando”? ¿Dónde están las entidades nacionales que deberían estar apoyando a esta comunidad que clama ayuda desesperadamente?
Ahora el gobierno nacional descarga toda la responsabilidad en los mandatarios locales de los municipios receptores de las familias desplazadas, como Cúcuta, Tibú y Ocaña, quienes han aunado esfuerzos para hacer frente a esta crisis humanitaria que desborda sus capacidades.
Se lo advertimos, Petro: su modelo de “paz total” no solo ha fracasado, sino que ha agravado la crisis de seguridad. Este país, que prometió gobernar con justicia, se le salió de las manos.
El pueblo del Catatumbo no puede seguir esperando. Merecen más que promesas incumplidas y supuestas declaratorias de estado de conmoción. Necesitan un gobierno que cumpla con su deber de protegerlos y garantizar su dignidad. Que esta columna sea un llamado a la reflexión, pero, sobre todo, a la acción. No permitamos que la incompetencia del ‘petroceso’ sigan marcando el rumbo de Colombia.
Es imperativo que el Congreso, los organismos internacionales y la sociedad civil, actuemos como contrapesos ante esta inacción. No podemos permitir que más colombianos sigan pagando con su sangre los errores de un modelo fallido de seguridad. El Catatumbo ni ninguna otra región puede seguir siendo un escenario del terror y el miedo, sino una tierra de oportunidades y esperanza, como merece su gente.