El comentario de Elías, Pedagogía de la amistad. Por Jorge Guebely

Unánimemente apreciábamos la calidad pedagógica de Antonio Iriarte, pero su pedagogía de la amistad fue superior. A través de ella, nos mostró las formas limpias de las relaciones humanas, las tentativas permanentes de hallar el lado cordial de la existencia, el uso de la palabra para develar el enigma de la vida… hechos que siempre hacía en tono jocoso y en el esplendor de la simplicidad. La simplicidad en él tenía rostro de poesía. Unánimemente apreciábamos la calidad pedagógica de Antonio Iriarte, pero su pedagogía de la amistad fue superior. A través de ella, nos mostró las formas limpias de las relaciones humanas, las tentativas permanentes de hallar el lado cordial de la existencia, el uso de la palabra para develar el enigma de la vida… hechos que siempre hacía en tono jocoso y en el esplendor de la simplicidad. La simplicidad en él tenía rostro de poesía. El tema de la muerte lo abordamos muchas veces; acudimos a una diversidad de autores, de libros sagrados, de obras literarias. Varios poetas desfilaron por nuestras conversaciones, consultamos distintos ensayos alternativos, especialmente los de Castañeda. Construimos conclusiones lúcidas sólo para darnos cuenta de que habíamos caído de nuevo en las trampas de la ilusión. La mente resultaba inepta para visualizar el misterio de la muerte. De nada servía el lenguaje que lo distorsionaba todo, ni los pensamientos por ser volátiles y vagos. Las elucubraciones mentales volaron la tarde en que tuvo la certeza de su inminente retorno, un raponazo metafísico le limpió las suposiciones. Adquirió la gracia de ver; esa visión modesta, sencilla, desprovista de bajos y altos relieves; indispensable… ‘para alcanzar el don aún más esquivo de la lucidez.’, como lo sugirió en ‘De Profundis’. Sus meses finales por la tierra los vivió con lucidez, veía con la claridad y hablaba con la sencillez de un hombre que había superado los encantos del artilugio. Casi nada nuevo había en sus palabras porque siempre habían sido así, pero en esta vez se le sentía el peso de lo superior. La semántica de su voz poseía un referente respetable. Sobre la muerte pensaba que ‘no puede ser ni horrenda, ni trágica, ni inútil’; era ‘la consecuencia natural de haber nacido’. El temor a ella se originaba en el analfabetismo de la vida. Como Dante, vio que el amor: ‘es el mismo que rige todo el Cosmos’. Descubrió por su cuenta lo que Pascal había descubierto por la suya: no somos más que unas ‘débiles cañas pensantes’. Se identificó con los versos de Fernando Pessoa: ‘Es tal vez el último día de mi vida. / He saludado al sol levantando la mano derecha, / mas no lo he saludado diciéndole adiós. / Hice la seña de que me gustaba verlo: nada más’. Dijo por fin lo que pocos seres humanos podemos decir: ‘Así, pues, ya dejé de pelearme con la muerte’. Mejor y más bella pedagogía de la amistad no puede existir. lunpapel@gmail.com