En casi todas las culturas, por no decir en todas, ha existido un culto a los muertos. Los grandes mausoleos egipcios, los hipogeos griegos y las tumbas de la desaparecida cultura agustiniana, son una muestra del fenómeno. Se pueden hacer diversas lecturas del fenómeno, dependiendo del horizonte hermenéutico de cada quien. El culto a los muertos, es una muestra que el hombre es un ser trascendente, quiere superar el umbral de lo espacio-temporal. Hay gente que vive llorando a sus muertos y mientras estuvieron vivos, no hicieron más que maltratarlos. Llegan a los funerales, pero no los visitaron en el lecho de la enfermedad y menos en la vejez y debilidad del otoño de la vida. Hay hijos, sobre todo los varones, que viven tan absorbidos en su trabajo y en su hogar, que no tienen tiempo de visitar a sus padres, a quienes les deben la vida. No hay tiempo para ellos. Lloran a sus muertos, cuando fueron crueles con ellos en la vida. Son lágrimas de cocodrilo. Los atiborran de flores y no hacen ninguna oración por ellos. Hay personas que viven visitando los cementerios y no visitan a los huérfanos y a los enfermos. En el fondo es un animismo que cubre la falta de responsabilidad con el deber de amar a quienes viven. ¿Qué decir de los panegíricos en los funerales religiosos? Todo muerto es bueno. Cada orador presenta al difunto como paradigma de honestidad, trabajo, servicio y pulcritud. Eso dicen los hombres, ¿qué dirá el Justo Juez? Hay gente que solo entra al templo cuando se ha vuelto cadáver, en caja mortuoria con rodachines, pues en vida no tuvieron tiempo para Dios. Hay familias que son tan atrevidas que se acercan a la sacristía para que el sacerdote pronuncie un discurso elocuente sobre la celebridad de su deudo –sabe Dios qué vida tuvo-. Algunos predicadores, con ocasión de los funerales, no predican a Jesucristo sino hablan de las grandezas de quien ha muerto. Para nosotros los cristianos católicos solo existe un paradigma: Jesucristo. Todos los demás somos pecadores. Dejemos de endiosar a los hombres. Dejemos de ser tan ilusos. Los grandes hombres para el mundo, no siempre son grandes para Dios. Muchos han conquistado honores y fortuna, pero no han ganado la gloria de Dios sirviendo con sencillez a sus congéneres. Muchos se pavonean en la vida a base de intrigas e injusticias. ¿Qué se llevan a la tumba? Se dice en la sabiduría popular, “el que bien anda, bien acaba”; ¡qué sabia frase! ¿Cómo vive hoy? Eso será mañana. Hay célebres y hay tristemente célebres. Los grande tiranos y déspotas se han rodeado de muchos bufones, pero éstos, el día en que no estén llenos, serán sus propios verdugos. Admire el bien, no el mal. Quien en la vida se burló y ridiculizó a muchos, no puede recibir los aplausos de las personas sensatas. Dice el libro Santo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?”. Amigo lector, no aspire a tener un descanso eterno, si durante su vida terrena, no se ha preocupado sino en amasar para sí y no le ha aportado nada a los demás. Cuidado con el culto a la personalidad, pues ese culto puede ser su propia tumba. * Obispo de Neiva