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El escándalo de jesús 2 19 abril, 2024
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El escándalo de jesús

El escándalo de jesús 8 19 abril, 2024« Ningún profeta es bien mirado en su tierra» (Lucas 4, 21-30)

 
Jesús es rechazado por sus propios paisanos. Y el rechazo se torna en odio cuando Jesús les recrimina  su falta de amabilidad y su falta de fe para reconocerle, destacando en  cambio a quienes, sin ser judíos, son capaces de portarse como auténticos  creyentes, caso de la viuda de Sarepta o el leproso Naamán, ambos  extranjeros.  Quisiera destacar del evangelio esa acusación que le hacen a Jesús, al llamarlo “hijo de José”, o sea, uno cualquiera del pueblo, como si eso fuera un impedimento más que una posibilidad de ser alguien importante.  A eso se llama envidia y la envidia nos ciega y nos impide ver la realidad y reconocerla. No querer ver en la humanidad de Jesús, “ser hijo de”, un signo de su divinidad. Como que Dios no se puede hacer un hombre cualquiera, no se puede encarnar en las realidades cotidianas y sencillas de la vida. Parece que Dios tuviera que elegir cosas y medios extraordinarios y espectaculares para manifestarse como tal. Por eso el Evangelio procede con otra lógica, se sale de estos cánones y Dios se manifiesta en un niño pequeño en Belén, en una pobre viuda, en un samaritano extranjero, en la fe de un centurión romano, en la humilde mujer de Nazareth, en el lugar de trabajo de un carpintero, en la incultura de unos pescadores, en la desnudez de un crucificado. Dios se revela en los humildes y en lo humilde, en los que no cuentan, en los aparentemente frágiles, en el grano de mostaza y en la pequeña levadura que fermenta el pan.   Muchos santos han insistido en la santidad de lo cotidiano, en la dimensión mística de lo diario. Dios no hace alarde de poder humano, se hace presente en la fortaleza espiritual de muchos seres humanos que nos impresionan por la talla imponente de su espiritualidad y de su humanidad.  Santa Teresita del Niño Jesús, hizo de lo cotidiano de la vida su propia santidad. La madre Teresa de Calcuta solía decir que la santidad no es algo extraordinario, privilegio de unos pocos, sino la obligación de todo cristiano, porque la santidad es hacer muchas cosas pequeñas con mucho amor.
 
Es fácil escandalizarse de los paisanos de Jesús porque no supieron valorarle, pero hoy también muchos cristianos viven su vida al margen de su fe, no reconocen siquiera a Jesús como Hijo de Dios. Nosotros, muchas veces, tampoco damos el testimonio que debemos a través de nuestras obras de la vida diaria.  Decidamos a ser conscientes de esta santidad de la vida  cotidiana, de este hacer presente a Cristo en nuestra vida diaria,  desterrando de nosotros la envida que nos corroe, el egoísmo que nos  encierra, el odio que nos envilece, la falta de alegría y de paz que nos  amarga, la mediocridad de nuestro amor que nos empequeñece. No importa el tamaño o la dimensión o la popularidad o lo extraordinario de lo que hagamos. Para Dios importa el amor que ponemos en todo lo que pensamos, decimos o actuamos. Sugerencias: E mail elciast@hotmail.com