La Nación
COLUMNISTAS

El fútbol y la paz

El fútbol es un deporte hermoso. Pero tenemos que ser capaces de confrontar las barras bravas y las mafias que lo dañan y lo vuelven violento, como si los mismos jugadores y técnicos no cambiaran de equipo, como si no fuéramos los mismos, con los mismos problemas y la misma pasión.  Se da como un hecho que quien compra una entrada, para un partido de fútbol se siente con derecho a insultar a los jugadores, al árbitro, a los hinchas del equipo rival y al que se atraviese.

El fútbol como fenómeno social representa una válvula de escape a todas las tensiones generadas en la vida diaria de las personas, no hay mejor escenario para la catarsis que un partido de fútbol. Muchos encuentran en las barras el desfogue reprimido. Deberían ser solo hinchas, aficionados. Y no creerse unos “hijuehooligans”. La culpa es también del ambiente violento que se ha vivido desde hace más de 50 años, donde los soldados y guerrilleros, se quitan la vida unos a otros como quien cobra un tiro de esquina. Y es que hay barras bravas hasta en la política, que influyen para que siga la violencia, así como ciertos jugadores que provocan, que no juegan limpio, que dan pata y codo. El fútbol como institución no tiene la culpa. Pero hay que hacer algo, pues los violentos le están causando un daño irreparable.  Hace rato espantaron a las familias de los estadios, hoy es prohibido para los menores, pues puede tener escenas de violencia; que se deben combatir con educación, cultura, tolerancia y oportunidades para las mal llamadas barras bravas. Por ahora, los equipos, las autoridades y los aficionados, debemos jugar del mismo lado. Hay que hacer pactos de no agresión.

El fútbol es el escenario ideal para comenzar con la reconciliación nacional. Bueno sería que todos entendiéramos que éste deporte representa la ocasión perfecta para que aprendamos a respetar las diferencias, a amar los colores del equipo propio sin necesidad de agredir, así sea solo verbalmente, a los seguidores del equipo rival; a entender que los jugadores y los árbitros se equivocan simplemente porque son humanos.

Gracias a la Selección Colombia, los niños de este país tienen un ejemplo, los jóvenes un motor y los adultos una ilusión. Solo nos resta saber asimilar la hazaña de nuestra Selección y continuar con la camiseta amarilla puesta; y pensar que otra camiseta será capaz de unirnos.  ¿La blanca? ¿La de la paz? Hay les queda la inquietud a nuestra clase dirigente y a la guerrilla de las Farc.