El hambre: una bomba de tiempo

María Consuelo Plazas Serrato

 

El propósito fundamental de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible  (ODS) es el de contribuir a la construcción de un mundo mejor. De un mundo más feliz. No en vano, una de las aspiraciones más sentidas es la de poner fin al hambre y velar porque todas las personas, en particular, las más vulnerables, tengan acceso a una alimentación oportuna, equilibrada y nutritiva. Pese a ello, hacerlo realidad continúa siendo una de las dificultades más complejas para el desarrollo de la humanidad.

De conformidad con lo divulgado por la Organización para la Alimentación y la Agricultura –FAO-  y el Programa Mundial de Alimentos -PMA- de las Naciones Unidas, hoy por hoy el mundo enfrenta una grave situación de inseguridad alimentaria en la que convergen factores relacionados con las persistentes desigualdades, el recrudecimiento de la violencia y el impacto socioeconómico provocado por la actual coyuntura sanitaria, entre otros muchos componentes. A la luz de la información divulgada y de no encontrarse pronta solución, países como Burkina Faso, Nigeria nororiental, Sudán del Sur y el Yemen, podrían eventualmente sufrir una situación de hambruna.

Valga aclarar que de acuerdo con la FAO, una persona experimenta inseguridad alimentaria cuando “carece de acceso regular a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para un crecimiento y desarrollo normales y para llevar una vida activa y saludable”.

Y como si esto fuera poco, el incremento del hambre se intensifica en Latinoamérica. Para David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos: “La pandemia de COVID-19 ha sido devastadora en Latinoamérica, donde ya se concentraban las nubes de una tormenta económica. Las familias pasan dificultades para comprar productos básicos como comida y medicinas mientras que sus medios de vida se destruyen y el desempleo afecta ya a 44 millones de personas. Es una combinación fatal”.

En lo que concierne a nuestro país, el panorama no deja de ser inquietante. En virtud de lo revelado por el DANE, en la medición realizada durante el pasado mes de enero en 23 ciudades capitales y áreas metropolitanas sobre seguridad alimentaria, solo el 54.4% de los hogares encuestados está consumiendo las tres comidas diarias. Valga precisar que antes de la crisis generada por el brote epidémico el 67.6% de los hogares encuestados tenía acceso a los tres alimentos.

Todo lo anterior pone en evidencia que esta es en sí misma una problemática que requiere  actuar con rapidez y eficacia, dada sus demoledoras consecuencias, privilegiando, desde luego, las condiciones de vida de la población más vulnerable, pues de lo contrario nos encontraríamos ad portas de padecer la implacable pandemia del hambre.

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