El papa Francisco clausuró en las playas de Copacabana, en Río de Janeiro, la Jornada Mundial de la Juventud a la que asistieron unos tres millones de jóvenes de todo el mundo. Pero esta explosión de júbilo de millones de muchachos no lo sería tanto de no ser por la presencia carismática que ha demostrado en pocos meses el Sumo Pontífice; un líder de los nuevos tiempos de una Iglesia necesitada a fondo de renovación, de acercamiento a su pueblo, a un rebaño hastiado de prácticas inmorales e ilegales, absorto por innumerables escándalos de pederastia, de deshonestidad y de ausencia de ejemplos nobles y positivos, con algunos pastores tan lejanos de las enseñanzas de su libro sagrado y tan cercanos a las más bajas miserias humanas.
Dura tarea la que ha emprendido Francisco, el Papa argentino que – curiosa situación – ha demostrado tal grado de sencillez y humildad que sus paisanos y compatriotas, por naturaleza arrogantes, han encontrado en él una valiosa muestra de que los reales valores humanos están en acercarse a todos, sin distingo ninguno, pero especialmente a los menos favorecidos y considerarlos objetivo principal de la tarea de una Iglesia que, por centurias, se ha codeado mucho más con el poder, la lisonja, el adorno y el brillo que con las enseñanzas del Evangelio. El papa Francisco ratificó su línea pastoral: una iglesia en la calle, con los humildes, no una iglesia jerárquica, aislada del sufrimiento y de las realidades de millones de sus seguidores.
Y de paso anunció que la próxima Jornada Mundial de la Juventud se realizará en 2016 en Cracovia, en el sur de Polonia, tierra natal del papa Juan Pablo II.
Y muy bien que sea con los jóvenes, con aquellos que tomarán el mando mañana, que haya ocurrido todo ello. Y contundente mensaje para que salgan, les dijo Francisco, sin miedo a evangelizar, a ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. Este hombre, de 76 años de edad, que si pudiese y sus escoltas le dejasen, se mezclaría con esas multitudes sin pudor ninguno, ha creado un singular ambiente de fe que – indistintamente de nuestras convicciones religiosas – es un soplo de oxígeno revitalizador en el mundo.
Y ojalá que las iglesias de todas las religiones tomasen algo para sí de esta prodigiosa demostración de fe concentrándose en servir a quienes más lo necesitan, no solo usando las palabras de sus respectivos libros sagrados, sino con verdaderos hechos de humanidad. Pese a tantas otras vicisitudes, se viven refrescantes tiempos en el planeta.
“Y contundente mensaje para que salgan, les dijo Francisco, sin miedo a evangelizar…”
Editorialito
La tragedia que dejó cinco personas muertas en una mina de oro en Íquira es el reflejo de la informalidad y la ausencia de normas de seguridad industrial. Y no sólo en estos casos. Los accidentes laborales por esta razón pasan inadvertidos y en muchos casos, sin ningún control.