Por: Froilán Casas Ortiz
Hace apenas un lustro el gobierno de Japón, creó el Ministerio de la Soledad. Ello es una muestra del gran vacío interior que sufren muchos habitantes del país nipón. Japón es uno de los países más industrializados y una de las economías más sólidas del planeta; el desempleo es exiguo, no pasa del 3%; la corrupción es muy baja, casi imperceptible; la disciplina y el orden ciudadano son ejemplares. Definitivamente el País del Sol Naciente es digno de imitar. Perdieron la guerra y, sin embargo, “invadieron” con sus productos y su tecnología a los países vencedores. La disciplina, el trabajo productivo y en equipo, su alto sentido ético, son el secreto de su éxito. Pero, ¡qué paradoja! El número de suicidios es alarmante. Lo tienen todo, sin embargo, hay un gran vacío en el interior de muchos. ¿Qué hace falta? El calor del amor. La pandemia que estamos viviendo, con el necesario confinamiento, está generando una cantidad de enfermedades mentales. Si no nos mata el virus, nos mata el deshumanizante aislamiento.
La naturaleza del hombre es RELACIÓN. Quitarle al ser humano la posibilidad de comunicarse es castrarlo, es mutilarlo. ¡Qué ironía! Los llamados edificios inteligentes, ciudades inteligentes, etc., siguen aislando al hombre. Usted ya no encuentra a una persona con quien intercambiar, con quien encontrarse, encuentra un robot, una máquina, una grabación, -además, el terrible desempleo que esto va generando-. No olvidemos, con hambre el hombre se vuelve violento. Es verdad, hemos “ganado” mucho con las nuevas tecnologías de la comunicación y, no cabe duda, habrá que seguirlas utilizando. Pero, ¿dónde está la medida? Por ir a más, podemos ir a menos. Por favor, las máquinas no son la medida de la comunicación humana, son un instrumento y no pueden pasar de ahí. Es como cuando en la pedagogía, la didáctica, los medios suplantan a los contenidos. ¿Cuál es el producto que sacamos? Una generación volátil, sin sentido crítico, como diría el gran sociólogo polaco, Zygmunt Baumann, una modernidad líquida. ¡Qué hombre tan superficial el que estamos constatando! Un hombre robotizado, -por decirlo de alguna manera-; un hombre eficiente en términos de productividad, pero un hombre vacío interiormente, sin razones para vivir, sin razones para creer. Ese perfil es el perfecto suicida. La cacareada eficiencia está matando la calidad de la relación.
Es significativo que los países de mayor desarrollo tecnológico y, sobre todo, de mayor bienestar, es donde se constata el mayor número de suicidios. ¿En dónde se venden más los fármacos antidepresivos? En los llamados países de más alto bienestar. ¡Ah! ¿Entonces eliminemos la tecnología y los excelentes medios de comunicación? No, por favor, ni más faltaba. Pero, humanicemos la tecnología; de lo contrario ésta terminará matando al hombre. Primero el hombre, luego las máquinas. Definitivamente sin una seria espiritualidad, vamos camino al sinsentido de la vida. ¡Cuidado también con las “religiones” y espiritualidades narcotizantes! Éstas sí de destruyen al hombre.