Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco, se convirtió el pasado 13 de marzo en el primer jesuita no europeo y latinoamericano en ser elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. En los primeros días de pontificado, Francisco ya parece reinventar la comunicación papal, interpretando a fieles que esperan de su iglesia hechos y no sermones: austeridad, transparencia y capacidad de autocrítica. La calidad de latinoamericano del Santo Padre nos es cercana, sin embargo, tal vez sea necesario profundizar el significado de ser jesuita o miembro de la compañía de Jesús, fundada por San Ignacio de Loyola. La historia de esta orden religiosa abarca más de cuatro siglos y cuenta con episodios gloriosos y atormentados que van desde una reconocida actividad intelectual que en ocasiones les ha dado influencia política, hasta cruentas persecuciones como resultado de su sentido crítico frente a la institucionalidad, de una búsqueda constante de diálogos con culturas y tradiciones religiosas diferentes a la propia y una sensibilidad especial hacia los pobres. Efectivamente, la historia de los jesuitas narra profundos conflictos con la Inglaterra isabelina, numerosas expulsiones entre las que se cuentan la de Alemania, Portugal, Italia, Francia, España, Nicaragua, Colombia e incluso Cuba en donde los jesuitas del colegio de Belén, fueron enviados a España sin posibilidad de retorno. Particularmente en Centroamérica, la Teología de la Liberación de los años 60 y 70 trajo como resultado el asesinato de varios jesuitas a manos de las fuerzas militares, por su intensa actividad en defensa de los derechos humanos. Ahora, el nuevo Papa y sus seguidores, tenemos el desafío de enfrentar los escándalos sobre abusos sexuales a niños y corrupción. El reto será promover un diálogo franco, abierto, a todo nivel en la jerarquía eclesiástica católica y con la sociedad, sobre el debilitamiento de valores humanos y sobre fenómenos sociales como el narcotráfico, la corrupción institucional, la impunidad gubernamental, entre otros. Este diálogo, debería tener como eje el Concilio Vaticano II, herencia para la Iglesia del Beato Juan XXIII, el Papa bueno. Francisco viene del continente más injusto y desigual del mundo. Hago una oración por el Santo Padre para que nuestro señor ilumine en él, la causa cristiana de la igualdad y la justicia para todos.