La Nación
El Obispo, los peajes y las pésimas vías 1 28 marzo, 2024
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El Obispo, los peajes y las pésimas vías

Foto: Artes.

Froilán Casas, obispo de Neiva, se cansó de los impuestos del Estado, del cobro de peajes. Lo lamentable, dice él, es que el dinero no se ve retribuido en mejores carreteras. La malla vial, en muchos departamentos, es un desastre, dice en su columna de opinión de LA NACIÓN.

Aquí su contenido:
 
Los colombianos estamos atiborrados con una cascada de impuestos que no para. En campañas jamás se habla de reforma tributaria y en cuanto se llega al poder, se buscan todos los argumentos en favor de una nueva alza de impuestos. Bueno, si ellos se tradujeran en desarrollo, ¡vaya y venga! Pero, ¡no! La malla vial en todo el país y de manera especial en algunos departamentos, es un desastre. ¿Cuándo será que Colombia sea un país conectado de norte a sur y de oriente a occidente? A veces pareciera que existiesen dos Colombias. Hay que tener en cuenta que en buena parte la clase dirigente y también la mentalidad de los habitantes, juegan un papel muy importante en el desarrollo de las regiones.

Pasemos al título del artículo: los peajes. Éstos cada día aumentan. Las designaciones presupuestales, con alguna frecuencia, sufren una serie de “retenes” en donde van siendo recortadas de acuerdo a la conciencia moral -si es que la tienen-, de ciertas dependencias que exigen el porcentaje respectivo. Así la pobre partida presupuestal llega a su destino mutilada en un cincuenta por ciento.

A esto se agrega que las interventorías de las obras, no siempre se ciñen a exigencias legales, sino que se acomodan, dejando las obras con pésimos materiales y sin la aplicación de la tecnología que las haga de alta calidad y suficiente durabilidad. Entonces, ¿en qué quedan nuestros impuestos? El hambre atrasada de algunos colombianos los vuelve hienas para devorar en el menor tiempo posible lo que pertenece a todos.

Al leer la Ley 80 de 1993 y la Ley 1150 de 2007 queda uno gratamente impresionado con la loable estructura de esas leyes. Al leer la Ley 734 de 2002 la encuentro llena de bondades. Si se aplicara de verdad, un buen número de funcionarios del sector público saldrían de sus cargos en donde con su ineficiencia resultan terroristas del Estado. Pero para qué esa ley, si los fallos se impugnan y a la larga resultan en la palestra de los éxitos como héroes quienes han sido juzgados.

La institucionalidad queda cuestionada. Si se aplicaran a cabalidad la leyes de contratación, tendríamos largos viaductos, las montañas no serían óbice para conectar el país (para eso están los túneles), los parques, los hospitales, las instituciones educativas, todo de “pan coger”. Vendrían millones de turistas. ¿El turista a qué viene? Pues a gastar, esperando excelentes servicios. ¿Dónde queda el dinero? En el bolsillo de los hoteleros, restauranteros, taxistas, tiendas de abastos etc.

En general, el dinero circula y por ende, el Estado recibe más impuestos. Y si los impuestos son bien manejados, entonces, ¿quién gana? Llegar a ser un país competitivo no es cosa del otro mundo, pero con esa mentalidad de pillos que tenemos en Colombia, ¿cuándo llegará el país que soñamos? Yo creo que el día del juicio final por la tarde. Sigamos creyendo a los mentirosos y cada día seremos más engañados.

Pero además los peajes “estatales”, también se tienen en el sector privado, que con frecuencia se atraca al cliente. Primero lo acarician y luego juegan con él. ¿Quién defiende al usuario?