Colombia, el país que nos duele, ha construido su cultura propia de carteles y corrupción endémica; el país que ha vuelto a demostrar que el caos y el egoísmo prevalecen sobre el bienestar común.
El reciente paro de camioneros, que inicialmente parecía una lucha legítima de los trabajadores y pequeños propietarios, que se veía afectado por la subida del precio del ACPM, ha revelado una verdad más oscura: los verdaderos promotores del paro son las grandes empresas del sector y no los camioneros de bajos ingresos. Los mismos opositores ventajosos del Gobierno de Petro. ¿Soñaban con darle de su propia medicina al Presidente? ¿Soñaban con paralizar el país para hacer crisis en la crisis? Pues, fracasaron rotundamente.
Desde el cartel de la contratación hasta el de los fletes, Colombia ha sido escenario de una serie interminable de prácticas corruptas. En cada rincón de nuestra vida, la corrupción y la mafia se infiltran, mostrando que la ganancia fácil y la explotación son las reglas del juego.
El país se ha convertido en un engranaje donde cada uno busca su beneficio personal, sin importar el daño colectivo. El paro de los camioneros, que parecía ser una protesta de los más vulnerables, ha sido manipulado por grandes corporaciones del transporte. Fueron los pequeños camioneros y sus choferes más humildes los que no quisieron ser utilizados esta vez.
Estas grandes empresas de transporte de carga han ido constituyendo un verdadero cartel de los fletes, a la vez que quieren hacer parte del negocio de los hidrocarburos y quieren seguir obteniendo el subsidio del Gobierno.
Los mismos que acabaron con el transporte ferroviario y fluvial por el Magdalena, sin embargo, son los mismos que terminan encareciendo los alimentos y los mismos que pagan salarios miserables a sus camioneros. Son ellos mismos los que han querido usar el paro como una herramienta para presionar al Gobierno y obtener aún más ventajas políticas y económicas. Quedó al desnudo que mientras los pequeños camioneros luchan por sobrevivir, las grandes empresas maximizan sus ganancias a costa de sus empleados.
El fenómeno de los carteles no es nuevo en Colombia. Hemos visto el cartel de la toga, el de los medicamentos, de la salud, el de los combustibles, el de las pensiones, y hasta el de los pañales. Cada uno de estos carteles representa un capítulo en nuestra historia de corrupción y abuso. Ahora, el cartel de los fletes se suma a esta lista, mostrando cómo el poder económico se entrelaza con la corrupción para manipular y explotar a quienes están en la base de la pirámide.
El Presidente, consciente de esta realidad, ha tratado de enfrentar la corrupción, recordando a los implicados que las víctimas de sus acciones merecen justicia y reparación. Desde el robo del presupuesto para la paz hasta el espionaje político, han salido a relucir para dejar al descubierto a los torticeros y bandidos de siempre. Los que tienen una porción en el pastel corrupto de décadas.
En conclusión, el paro de los camioneros ha destapado la farsa de un conflicto manipulado por grandes empresas en busca de poder y ganancias. Mientras los verdaderos afectados son los trabajadores de a pie, los poderosos continúan su danza de corrupción y explotación.
Los opositores manipulados y de a pie deberían aceptar que el único interés público debe ser el del país y su gente. Entre todos deberíamos solo exigir, por encima de las diferencias ideológicas y partidistas, que se acabe con la corrupción y restaure el sentido de justicia y equidad en todos los niveles. Solo enfrentando y erradicando estos carteles podremos aspirar a una sociedad más justa y transparente.