La Nación
El universo kafkiano de Franz 1 28 marzo, 2024
COLUMNISTAS OPINIÓN

El universo kafkiano de Franz

 

David Alejandro Rosenthal

 

Kafka no era un científico; ni un jurista. Era un artista, era un poeta, era un filósofo, era un sociólogo, era un escritor. Kafka al igual que el Golem del rabino Judah Loew, conocido como el Maharal de Praga, era un ser buscando su propio ser, aunque para nada torpe, Kafka era una extraña creación y su creación es como de otro universo, quizá paralelo.

El término “kafkiano” se refiere a ese universo alterno, extraño, inmerso en sensaciones misteriosas. El desasosiego, la falta de esperanza y un estupor que deja la misma paradójica y absurda situación. Franz Kafka, es un exponente de la literatura universal, imprescindible para cualquier curioso o docto en el tema literario. Su legado es al igual que lo fue su ser, un mítico descontento social, un imprescindible y sucedáneo trascender por los niveles de una vida llena de vacíos y de enigmas. Kafka, judío y checo; romántico, melancólico y nostálgico, y en búsqueda de sí mismo. En una búsqueda constante, que muchos de sus lectores; sienten reflejada en sí mismos. Esa sed de vivir y a la vez perecer en el intento, podría convertirlo en aquel desagradable insecto, en el cual se convirtió Gregor Samsa, en su célebre novela: Metamorfosis.

La identidad y la falta de la misma es una constante en la obra de Kafka. Ser judío y ser checo, además hablar un alemán perfecto, parecían ser incompatibles conceptos para él. Un padre autoritario y asimismo proyectado por Kafka como la figura de un tirano, inocula en sí mismo, una forma de ver y de leer el mundo, bastante particular y trágica. Franz, claro está, un hombre muy sensible y abstracto, para nada afectó a la figura del poder, se encontraba en una constante inserenidad. Además, el sosiego lo encontraba en la literatura, y sus deseos eran irreprensibles, más, debió estudiar leyes, luego de un intento inverosímil por la química. Kafka no era un científico; ni un jurista. Era un artista, era un poeta, era un filósofo, era un sociólogo, era un escritor. Kafka al igual que el Golem del rabino Judah Loew, conocido como el Maharal de Praga, era un ser buscando su propio ser, aunque para nada torpe, Kafka era una extraña creación y su creación es como de otro universo, quizá paralelo.

Incomprendido e incesante en su búsqueda de encontrarse a sí mismo, sus profundas obras, circundan entre lo irreal y lo real. Entre lo mágico o fantástico, y la insípida y lúgubre realidad, que dejaba el principio del siglo XX. A pesar de haber nacido a finales del siglo XIX, y habiendo vivido el final de una época de inspiración, es, sin embargo, un hombre del siguiente siglo. De las dos Guerras Mundiales y de la Gran Depresión. Vivió una Europa en guerra y el pre-escenario de una dura crisis económica. Su mundo fue realmente kafkiano. Frente al universo del amor, estuvo comprometido cuatro veces, más, nunca se casó. Mantuvo gran correspondencia —hoy de incalculable valor para la historia— con diversas mujeres, tan kafkiana, como ningunas otras, y tan valientes como aquella generación.

Haber nacido en la bella Praga, la capital más importante del Imperio austrohúngaro —luego de Viena y Budapest— y dentro de una familia de la burguesía media, lo convertían en un hombre privilegiado. Si bien, su padre Herrmann, quien con la ayuda de sus suegros judeoalemanes, los Löwy, se convirtió en un importante comerciante textil. Los orígenes del padre de Franz, eran rurales, su padre Jakob Kafka, había sido Shojet —matarife ritual Kosher— en Osek, una pequeña aldea checa.

La vida de Herrmann había sido dura y era algo que recordaba a su familia, cosa que Franz despreciaba. A diferencia de su familia paterna, la familia materna, los Löwy, eran ricos comerciantes e industriales. También, había artistas e intelectuales dentro de la familia, algo que no solo agradaba más a Franz, sino que también se podía identificar. En Carta al padre, Franz expresaba su inconformidad con su padre, su afección debido al trato duro y la inseguridad que esto desprendía en él. Una carta de 103 páginas, escrita en 1919, que entregó a su madre para que se la entregara a su esposo, cosa que nunca hizo.

La relación con su padre era kafkiana. El consideraba que el trato que su padre tenía con él, además de fuerte, era hipócrita. Antes de Franz habían nacido dos niños que no lograron sobrevivir, así que sentía una culpa, un peso en sus hombros, al igual que Salvador Dalí, quien había sido precedido por otro Salvador, pero este había fallecido. Y las tres hermanas de Kafka habían nacido varios años después.

La obra de Kafka es todo un periplo, va desde la ficción hasta la más cruda realidad. El existencialismo, hace parte de su obra, también el surrealismo. En determinados momentos, la severidad tanto física como psicológica y la crueldad a la que esto puede conllevar, finalmente descansa en la culpa. Antiburocrático, en una lucha incesante contra el poder —representado psicológicamente por la relación con su padre— podría considerarse incluso anarquista. Dejó plasmado en su diario esta frase:“Dios no quiere que yo escriba, pero tengo que hacerlo”Aunque después de escribir deseaba eliminar siempre cualquier evidencia de su obra. La misma que se convertiría en su mítico e invaluable legado.

Felice Bauer, fue su verdadero amor kafkiano. La conoció en 1912, en casa de su mejor amigo, Max Brod, quien además sería el que publicara gran parte de la obra de Kafka, entre 1925 y 1952. La relación con Felice —que vivía en Berlín— fue a distancia, por medio de cartas de hasta más de una al día. Una relación turbulenta, con muchos altibajos, a la vez una relación sincera, una relación pura, más, imposible. Se comprometieron tres veces, pero nunca se casaron. Kafka le confesó desde un principio que era muy enfermizo. Y, unos años luego, lo aquejaría una gran enfermedad: tuberculosis. También le confesó que era un ser desprovisto de cualquier esperanza y se refirió así mismo como nada. Le escribió: “La verdad es que no soy nada, lo que se dice nada”.

El trabajo de Kafka en Praga era el de corredor de seguros, labor que no le hacía ningún bien, trabajo que aborrecía. Seguro un escritor, sólo quiere escribir y en el caso de Kafka, solo querría ensimismarse en su búsqueda personal por descubrir quién en realidad era. Y, saber si tendría una vida “normal” algún día. La tuberculosis seguramente lo llevó a la incoherencia y a la miseria. Así mismo como la sifilis hizo con Nietzsche. De hecho, este filósofo, junto con Darwin y Haeckel, hicieron parte de la temprana educación de Kafka. Había dentro de Franz una simpatía al socialismo de Marx y al ateísmo también. Kafka desde joven se había interesado por la literatura, algunos de los autores que lo influenciaron son: Kierkegaard, Dostoievski, Goethe, Bataille, Flaubert y Dickens.

Destruir sus textos era algo recurrente en él. Desde su juventud observó que escribía diferente y rechazaba esa divergencia, así que prefería destruir sus escritos; a qué otros los vieran o incluso publicarán. Estudio derecho como última instancia, luego de intentar química y filología alemana. Su padre lo instigó a estudiar leyes. Nunca ofició como jurista, sin embargo, fue en la Universidad de Praga, donde, conoció a Alfred Weber, quien además de haber dirigido su tesis, lo incentivó e influenció en sus teorías.

Kafka era un hombre débil, su salud tenía muchas afecciones, además era muy delgado y tenía un aspecto infantil. No estaba a gusto con nada de esto. Se sentía inseguro, era tímido y retraído. Aunque también tenía una inteligencia por encima de la media y un fino humor, irónico y pícaro. Seguro su afán por eliminar su creación, era por huir de las eventuales críticas. Era alguien sociable tal vez, pero nunca un hombre sociable.

En su trabajo como corredor de seguros tuvo cierto éxito, pues logró ascensos. Antes había estado haciendo pasantías tanto en tribunales como en una casa de seguros italiana —Assicurazioni Generali—, sin ninguna relevancia ni remuneración. Su proceso como escritor, además de sus innumerables cartas enviadas a sus mujeres, fue entre 1918 y 1922, mientras que era parte de la burocracia, trabajando en la compañía de seguros —Instituto de Seguros de Accidentes Laborales para el Reino de Bohemia—.

Descrito a sí mismo como malhumorado, hipocondríaco, taciturno, egoísta, insociable y enfermizo, en una de sus cartas al padre de Felice Bauer, dejaba ver un rechazo absoluto por sí mismo. Además de su idilio con Felice, en 1913, durante una estadía en el sanatorio Hartungen en Riva del Garda, Trento, tiene un pequeño romance con una joven suiza de 18 años, llamada Gerti Wasner. Esto afecta su relación con Felice Bauer, quien mantendría el interés por Kafka hasta 1917.

En 1913 conoció a Grete Bloch, judía alemana también como Bauer, y amiga de esta. Con Grete Bloch, mantuvo una especial correspondencia. Kafka quedó flechado por Bloch, a pesar de que era la mejor amiga de Bauer. Las cartas que le envío a Bloch, eran más que románticas, eróticas. Bloch era la intermediaria entre Kafka y Bauer, sin embargo, esto permitió que el romance a partir de las cartas a Grete, hubiera terminado en un hijo, el cual Franz nunca conoció, y murió a temprana edad.

Julie Wohryzek, una joven, que conoció en 1918, en Schelesen, Bohemia —hija de un carnicero Kosher— sería su nuevo amor. Se comprometió con esta joven, que al igual que Grete Bloch y las tres hermanas de Franz, serían todas asesinadas por los nazis en el Holocausto. El compromiso con Wohryzek no terminó en matrimonio, pues el padre de Franz, que curiosamente tenía un origen muy similar al de la joven, prohibió rotundamente a su hijo casarse con ella —de esta situación se origina Carta al padre—.

Otro de los romances kafkianos del autor del Proceso, fue con Milena Jasenská, aristócrata checa, escritora, periodista y traductora . Estaba casada, más, esto no impidió que hubieran tenido una relación de un par de años. Ella fue desaparecida en Ravensbrück en 1944 por los Nazis, a pesar de no ser judía. Llevó la estrella amarilla en señal de apoyo con los judíos y desacato con los Nazis, y fue muy activa con el Dr. von Zadwitzowy en ayudar a escapar a judíos y soldados checos de la cacería Nazi.

Escribió en 1924 una nota fúnebre por el fallecimiento de Kafka que decía: “tímido, retraído, suave y amable, visionario, demasiado sabio para vivir, demasiado débil para luchar, de los que se someten al vencedor y acaban por avergonzarlo”. Estas hermosas palabras las escribió en Viena para el periódico checo Narodni Listy, bien describe a su otrora amante.

La última amante de Kafka, Dora Diamant, una joven judía polaca de 25 años, con quien pasaría los últimos momentos de su enfermedad, en Berlín. Ella a diferencia de Kafka y de sus anteriores musas, era de familia muy religiosa. Ella no escatimó recursos para casarse con el —que casi le doblaba la edad— , pero el padre de la joven no aceptó el eventual matrimonio.

A Dora, la conoció en 1923, en Graal-Müritz en el Mar Báltico. Esta joven fue su compañera hasta el final de su vida, un año después. Al venir de una familia tan religiosa, lo acercó al judaísmo. Aunque Kafka en su juventud se había interesado por el Yiddish y por el teatro jasídico, ahora con Dora, Kafka se interesaría más por el Talmud, incluso por la cábala. En Berlín asiste a la Hochschule para Estudios Judaicos. Allí asiste a clases de Talmud del profesor Harry Torczyner. Su obra el Pueblo de los Ratones, donde expresa una persecución, que sería interpretada como el antisemitismo que ya asolaba a Europa y del cual hubiera podido ser una víctima más, si no hubiera sido previa su desaparición por la tuberculosis.

Kafka, pensó en mudarse a Palestina, con la única mujer con la que convivió, Dora Diamant. Aunque no lo hicieron así, no era la primera vez que lo planeaba, pues a Felice Bauer le había propuesto ir a Jerusalén. El nombre hebreo de Franz, era Amschel, como el del abuelo de su madre. Eso le hacía sentir orgulloso, pues describía a este ancestro como alguien erudito y muy devoto, que había sido prominente en su entonces. Pero, a la vez sentía una falta de identidad como judío.

Sabía que ser judío estaba relacionado a tener que afrontar amenazas. Además, se consideraba el “más occidental de los judíos”, rehuía a la idea comunitaria y religiosa. En Carta al padre, culpa a su padre de su falta de identidad judía. En su padre sólo vio egoísmo y apego a lo material, además de arribismo social. Su padre no estaba de acuerdo con el interés de Franz por el judaísmo y la literatura, nunca estuvo de acuerdo.

Obras como El Castillo y El Proceso, son interpretadas como obras alegóricas al judaísmo, por autoridades de la talla de Gershom Scholem, quien encuentra en la segunda relación con la cábala. Thomas Mann, interpreta la “soledad y el desamparo del artista” que narra Kafka en el prólogo de El Castillo, como una alusión al judío. Walter Benjamin, compara la parábola jasídica con la obra kafkiana. Algunos ven en El Proceso La colonia penitenciaria, una predicción de lo que luego sería el Holocausto judío.

Max Brod diría que “Kafka ha sido, de todos los creyentes, el menos iluso; y de entre todos aquellos que ven el mundo sin ilusiones, el creyente más inquebrantable”. Concluyendo así el realismo mágico y el surrealismo; junto al expresionismo y el existencialismo que la obra de Kafka relega a la historia de la literatura universal. Muere con tan solo 40 años, la edad suficiente como para ser sabio y haber vivido. Vladimir Nabokov, dijo que Kafka era el mejor escritor en alemán de su tiempo.

Gracias a que Max Brod, su mejor amigo y Dora Diamont, su última mujer, deciden hacer caso omiso a su deseo de eliminar toda su obra, la historia les debe el hecho de conocer a Franz Kafka. Además tanto Brod como Diamant, escaparon de los Nazis, llevando consigo mismos la importante obra. Aunque la Gestapo le alcanzó a confiscar a Dora, una buena parte de las cartas y obras inéditas de Kafka, en 1939.

La obra de Kafka, influenció a grandes escritores. Camus, Sartre, Borges, Garcia-Márquez, algunos de ellos. Analizada su obra por decenas de intelectuales y escritores, como Hannah Arendt, John Maxwell Coetzee y Elias Canetti. Kafka murió en el sanatorio del Dr. Hoffmann en Kierling, cerca de Klostenburg, y a las afueras de Viena. Murió de inanición pues la tuberculosis había llegado a un punto donde no podía ingerir alimento. Murió escribiendo, pues ya no le era posible hablar. Murió de hambre como el protagonista de su penúltima obra: Un artista del hambre. Sus restos yacen en en el Nuevo Cementerio Judío de Praga-Žižko.

Quizás, estaba escrito que debía morir escribiendo. La Guarida, esta su última obra, metafórica de la realidad humana, la sociedad y los problemas del hombre. Sus obras son de vasta profundidad existencialista. Es Kafka un hombre que no quería escribir, pero, lo necesitaba. Su interés no era el que lo leyesen; ni mucho menos la fama.

Es un autor puro, auténtico, y su obra es tan universal, que nadie debería dejar pasar leerla. Leer a este místico y enigmático autor, que es Gregor Samsa y Joseph K, inmerso en la pesadilla kafkiana, en la distopia que al parecer es mucho más real que la utopia. Y, el absurdo y la realidad paradójica del día a día. Kafka no es más que un narrador ingenuo y un protagonista de sus historias, más, es un genio.