El vil dinero. Por Álvaro Carrera Carrera

El nuevo año nos trae las recurrentes meditaciones para el futuro. Como aquella de seguir siendo esclavos del dinero; para conseguirlo o para gastarlo. Hasta los bienes más básicos tienen un precio; parece que no hay cómo remediarlo; con amor no se alimenta una familia. Todo comenzó cuando un hombre quiso juntar un bien con otro; dio salida a una animal feroz de su jaula que terminó devorándolo, o al menos alienándolo (Hegel), porque entregó su alma a los objetos y en ellos radicó su propia estima. Surgió entonces, el valor, más que un concepto, una manera de interpretar su mundo. La tribu, la comunidad, el comercio, también dieron valor a lo que se acumulaba. Llegaron los filósofos, profundamente inquietos por que había algo por fuera de la voluntad del príncipe, del más poderoso emperador con todos sus ejércitos. Todo llegó a tener precio, hasta los hombres. Ni Marx tuvo éxito en cambiar la concepción de la riqueza. Hoy los políticos más influyentes, los dictadores implacables, los sabios y genios mayores de las finanzas, de la misma banca, incluyendo los hombres más ricos del mundo, poco pueden hacer cuando los valores cambian, cuando los precios se desbordan. El mismo Fondo Monetario Internacional, parece un club de ancianos ineptos, incapaces de entender el mercado. También un gran imperio, la URSS, intentó sustituir mercado y precios por planeación, detener el río con las manos, pero la corriente de la riqueza desbordó sus planes. El tiempo en el mundo de la experiencia sensible y el valor de cambio para el sujeto colectivo, son superiores a cualquier esfuerzo por cambiar el mundo. El valor, el precio, son intangibles; a lo sumo, se les puede dar un nombre como a los dioses (o demonios), colocando etiquetas en dinero o cifras en una bolsa de valores. ¿De dónde entonces, es tan real e implacable un espectro que pertenece al mundo irreal de los conceptos, de la imaginación? Hasta la religión sucumbe ante el dinero; cristianismo y mahometanismo no serían nada sin los riquísimos, gigantescos, y monstruosos templos de adoración con los que aseguran sus devotos exhibiendo la divina riqueza. Se dice que hay un valor intrínseco en los bienes; tal vez por esta razón, Chávez decidió repatriar a Venezuela las reservas de oro; pero este cuantioso dorado solo será tal, en la medida en que exista un mercado mundial que lo aprecie y codicie; de entrada, tendrá que hacerse él mismo los créditos cuando la necesidad lo apremie, imprimiendo billetes para el odioso capitalismo. ¿Podrá el hombre dominar lo que él mismo creó?

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