La Nación
Entre los muertos nació una esperanza 2 29 marzo, 2024
HUILA

Entre los muertos nació una esperanza

Como un símbolo, lleno de vida, LA NACIÓN apareció hace 28 años, en medio de una tragedia inolvidable, como una tea encendida, como una fumarola que no se apaga.

 

RICARDO AREIZA

 

Diez días después de la avalancha no solo quedaron los muertos. También el olvido, la imprevisión, el desorden y la azarosa magnitud de un desastre natural inimaginado.

Detrás de esa avalancha colosal no sólo quedaron los centenares de muertos esparcidos en el cañón del río Páez, ni los incontables desaparecidos, ni los 13.966 damnificados registrados inicialmente. También, entre los vestigios lentamente se consolidaban las otras cifras del desastre. (Llegaron a 28.569 personas atendidas).

Los daños se sentían con mayor fuerza en 34 asentamientos dispersos. Cuatro fueron literalmente arrasados y cinco más resultaron seriamente impactados. Unas 15 iglesias resultaron averiadas. Las antiquísimas capillas doctrineras se desplomaron en Belalcázar y Tierradentro.

Detrás de ese fenómeno natural, no solo quedaron en evidencia en las 4.726 personas refugiadas en alojamientos temporales, los 9.240 campesinos e indígenas ubicados transitoriamente en 32 campamentos, construidos en zonas de mayor estabilidad.

Noche tormentosa

Detrás de enormes toneladas de fango y piedras no solo quedó el recuerdo de una noche tormentosa ni el pavor que generaron los sismos repetidos, ni la angustiosa estampida de los pobladores de la cuenca, buscando las cumbres más altas para protegerse de la inusitada turbulencia.

En medio de esa riada enloquecida que arrasó caseríos completos, que arrebató incontables vidas humanas y acabó con el sueño de sus moradores primitivos quedaba descubierto ante el mundo, el cuadro desconocido de otro país, que aún 28 años después sigue en el olvido: millares de indígenas crecidos y envejecidos en el abandono, pequeños caseríos levantados en zonas de alto riesgo, en medio de una pobreza secular inimaginable; centenares de comunidades atávicas resistiendo con pavor el azote cruel de su marginalidad.

La cara del abandono

Allí entre los surcos profundos de la cordillera, entre extensos páramos cubiertos de frailejones y pajales se palpaba, entre los restos de la tragedia, la ausencia del Estado.

Las estadísticas de la época no podían ser más aterradoras. La mitad de los habitantes de la zona vivían en extrema pobreza. Todos padecían en silencio necesidades vitales no satisfechas. Los niños evacuados de la zona de la tragedia, tenían los signos de una desnutrición  crónica y en sus ojos llenos de barro se notaban todas las carencias, por decir lo menos.

Detrás de esa avalancha, anticipada en los sueños milenarios de sus abuelos, había otra luz que los incitaba a persistir, a levantarse, aun en la desgracia.

Si bien en medio de los muertos, emergía la desidia y el abandono del Estado, en los corazones de las comunidades ancestrales brotaban fumarolas, llenas de vida.

 ¡Resucitaremos!

El primer domingo después de la tragedia, monseñor Jorge García Isaza, prefecto apostólico de Tierradentro (Cauca), tomó  un aire y se dirigió, entre los escombros al templo de dos torres, averiado por el terremoto.

El clérigo vicentino recordó el fuerte sacudón que se sintió a las 3:47 de la tarde de ese lunes festivo y luego recordó cuando la montaña se les vino encima. Observó el entorno de destrucción y muerte y los vestigios del desastre, confundido con el lodo.

Tampoco lograba olvidar la absolución general, sin penitencia, que su hermano Mario, rector del Seminario Indígena Paéz, había impartido, anticipadamente, a todos los feligreses ante la magnitud de la tragedia. El mismo clérigo había sido arrastrado por la avalancha y luego rescatado entre el lodo por los seminaristas.

Desde el púlpito aun sin sacudir, monseñor García Isaza, invocó al Papa Juan Pablo II, su mentor,  creyendo que aun en esas circunstancias de aflicción, no había espacio para el desespero y menos para la desesperanza.

– “¿Qué nos entreguemos?, preguntó levantando las manos cerradas.

-“¡No! ¡Que nos levantemos!, exclamó ante los devotos que atendieron perplejos el repicar de las campanas.

“El calvario-dijo- no fue la finalización de todo. Tampoco las caídas. La finalización de todo fue la resurrección. Ese es el mensaje”, repetía. No había más alternativas. Esperar y renacer. Levantarse. Resistir en medio de la tragedia.

“Con ánimo esforzado, con entusiasmo, esperanza y fe: ¡resucitaremos, en Tierradentro, tierra de Dios!”, proclamaba con el puño firme.

Aun en el dolor, había que levantarse y avanzar. “Levantando y construyendo, todo por todos”, demandaba monseñor sin perder el ánimo. No había otra opción. Esperar y renacer. “Con ánimo esforzado, con entusiasmo, esperanza y fe”. Ese día renació una esperanza.

La reconstrucción

El presidente César Gaviria llegó dos días después en muletas y el 9 de junio declaró el estado de emergencia en la zona del desastre y dispuso la reconstrucción. Ese mismo día el embajador de los Estados Unidos en Colombia, Morris Busby, reportó la tragedia y reclamaba ayuda.

El 14 de junio, la Gran Bretaña confirmó las primeras ayudas económicas (60.000 libras esterlinas).

El  Comando Sur del Departamento de Defensa localizado en Panamá despachó las primeras ayudas, incluidos dos helicópteros Chinook para la evacuación de los heridos. También se reportaron otras donaciones de Venezuela, Ecuador, Perú, Comunidad Económica Europea (Francia y España especialmente), Japón, Taiwán y Corea.

Falsa alarma

Por la noche mientras el equipo periodístico, integrado dos meses antes avanzaba en la edición cero, se reportó una segunda avalancha. Hubo revuelo. La primera edición, guardada con hermetismo quedó en suspenso.  Resultó una falsa alarma, ambientada por el jefe de emergencias. Era una creciente súbita, pero jamás de las dimensiones ya registradas.

Al día siguiente, el 15 de junio de 1994, hace 28 años, en medio del dolor,  apareció LA NACIÓN, como otra esperanza, abriendo una era que se volvió un derrotero, para renacer siempre, aun en la adversidad, para seguir creciendo, sin doblegarse.

El empresario Jesús Oviedo, el inspirador, cortaba la cinta replicando las plegarias del Prefecto Apostólico de Tierradentro.

El mensaje de monseñor García Isaza, durante la primera homilía después de la hecatombe, cobraba total vigencia.

“Los medios de comunicación fueron el eco de nuestras angustias y seguirán siéndolo”. Y tenía razón. Esas banderas inspiraron ese renacer.

Como testigos de excepción firmaron el gobernador Julio Enrique Ortiz; Nacho Ortiz, Carlos Salamanca, los otros gestores; Ricardo Londoño, presidente de RCN Radio, su incondicional aliado  y Luis Alfonso Vásquez, secretario General del Ministerio de Comunicaciones.

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