José Piar Iriarte
Una tarde como la de hoy, como la de ayer, en que el agobiante calor obliga a buscar con premura un lugar donde esquivarlo, me ubiqué en un café internet, en el Pasaje Camacho, donde una hermosa jovencita solícitamente me atendió y no puede reprimir revelar a esa persona mi verdadero interés al llegar a ese establecimiento: dejar que la tarde y el sopor se fueran desvaneciendo con las horas, mientras en un computador de alquiler iniciaba despreocupadamente la exploración, recorriendo un lugar y otro, leyendo noticias y comentarios. Casi imperceptiblemente observé una palabra que saltaba en varios de esos textos, como exigiendo que no se le eludiera. “entropía” era aquella palabra. Entre varias acepciones, la de que “es la medida de la incertidumbre que existe ante un conjunto de mensajes” me interesó.
La entropía impide la diáfana comunicación, muy común entre gobernantes y gobernados, lo que se explica con esta historia: el rey Ts’sao , por allá en el siglo III a.C., envió a su hijo el príncipe T’ay bajo la tutela sabia del maestro Pan Ku y éste , lo remitió al bosque de Ming-Li por un año para que aprendiera a describir los sonidos. A su regresó T’ay describió “el canto de los pájaros, el crujir de las hojas secas, el picoteo de los colibríes sobre las flores, el zumbido de las abejas así como el sonido del viento”. Preocupado, Pan Ku lo regresó al bosque para que “escuchase qué otros sonidos podía oír.” Lo que acató y por muchos días trató de averiguar esos sonidos. Al cabo, le pareció distinguir algunos que no había escuchado y así lo narró a su preceptor: “cuando escuché más atentamente, pude escuchar lo que no se puede oír: el sonido de las flores abriéndose, el sonido del sol calentando la tierra y el sonido de la hierba bebiendo del rocío de la mañana”. Gratamente impresionado Pan Ku manifestó: “oír lo que no puede oírse, es una disciplina necesaria para un buen gobernante. Sólo cuando un gobernante ha aprendido a escuchar atentamente los corazones de su gente, oyendo sus sentimientos no manifestados, sus sufrimientos que ya no pueden ser expresados y las quejas que callan, entonces podrá esperar que su pueblo confié en él, entenderles cuando algo vaya mal y ver las verdaderas necesidades de sus ciudadanos. La muerte de los estados sobreviene cuando sus líderes solamente escuchan las palabras superficiales y no penetran profundamente en el alma de sus gentes para escuchar sus verdaderas opiniones, sentimientos y deseos”.