Piero Emmanuel Silva Arce
Desde la semana pasada se ha venido dando una polémica nacional debido al desfase entre el número de votos reportados el día de las elecciones al Congreso de la República y el número alcanzado después de los escrutinios mesa por mesa. Los medios del establecimiento han cacareado que se trató de error, una ligereza por parte de la Registraduría, pero que, en todo caso, nada tan grave; para ellos hablar de fraude era una exageración, una polarización dañina para la “sólida” democracia colombiana.
Un error en unas elecciones puede ser uno, dos, tres, diez o veinte tarjetones de diferencia; no sé cuantos más votos perdidos se puedan considerar un simple desliz. Pero el problema no es menor, estamos ante una diferencia que ronda los 400 mil sufragios de uno de los grupos políticos que participaron en la contienda electoral. Había una clara intención por desfavorecer al Pacto Histórico y eso se convierte en una afrenta grave a cualquier democracia porque se violan las condiciones de igualdad y después se hace pasar como un pequeño traspié. Así los analistas más afamados y los medios de comunicación más influyentes defiendan la labor de las autoridades electorales, hay que hacer énfasis en el grave peligro en el que se encuentra el país de cara a las elecciones presidenciales del próximo mes de mayo. Disfrazar el intento de fraude como un problema de mediocridad por parte de la registraduría solo evidencia el desinterés por mejorar los mecanismos de elección popular. A las élites políticas siempre las ha favorecido un sistema electoral fraudulento que les garantice su estancia en los lugares de privilegio para manejar las riendas del Estado a su antojo.
En un país serio no pueden dejar de contarse tal cantidad de votos. Esto es problemático no solo porque se genera mucha desconfianza en las personas, propiciando la abstención de una ciudadanía incrédula, decepcionada y desconfiada del sistema político, sino porque puede aumentar el peligro de la violencia por cuestiones electorales. Las graves falencias del sistema de elección popular reproducen prácticas que impiden la transformación de una sociedad que cambia y se estrella contra el muro de los valores más retrógrados y tradicionales, apuntalados sobre tramoyas, o jugaditas como diría el célebre bachiller exsenador del Huila Ernesto Masías, ejecutadas con la venia de las instituciones oficiales. El escrutinio permitió, afortunadamente, esclarecer la situación y les devolvió a unos sectores las curules mientras que otros las perdían. Ese error tan sistemático tenía más cara de fraude.