En medio del caos cotidiano, entre el estrés y la fatiga de la vida moderna, surge una pregunta inevitable: ¿qué nos impulsa instintivamente a buscar refugio en la naturaleza? Quizás, en lo más profundo de nuestra memoria colectiva, reconocemos en ella el hogar que ha albergado a miles de generaciones. Nuestra evolución en entornos naturales despierta una calma innata y familiar. El murmullo de un arroyo, el aroma fresco de las plantas o el abrigo de un bosque nos envuelven en una sensación de serenidad y protección. Esta conexión ha dado lugar a la creciente popularidad de la ecoterapia, una disciplina que promueve el contacto directo con la naturaleza como un medio esencial para nuestro bienestar físico, mental y emocional.
Desde las civilizaciones antiguas, los seres humanos hemos recurrido a los espacios naturales como fuente de curación. Por ejemplo, en los jardines egipcios y griegos se realizaban rituales de sanación utilizando plantas, flores y árboles. Más tarde, en la Edad Media, los monasterios europeos crearon jardines medicinales, conocidos como hortus conclusus, donde se cultivaban plantas para preparar remedios y tratamientos destinados a la comunidad religiosa. En estas y otras culturas, el entorno natural era considerado un espacio propicio para la contemplación y la conexión espiritual.
Hoy en día, la inclusión de jardines en hospitales ha demostrado ser un factor clave en la recuperación de los pacientes. Los estudios del investigador Roger S. Ulrich, realizados entre 1972 y 1981, revelaron que aquellos pacientes con vistas a jardines o árboles desde sus habitaciones se recuperaban más rápidamente y necesitaban menos analgésicos que aquellos sin acceso a estas visules. Además, estos espacios no solo benefician a los pacientes, sino también al personal sanitario, al reducir el estrés y el agotamiento, lo que mejora su bienestar y productividad.
En Japón, la práctica del Shinrin-yoku, o “baño de bosque”, ha sido integrado en el sistema de salud. Los médicos prescriben pasar tiempo en la naturaleza para reducir los niveles de cortisol, la hormona del estrés. Bastan solo unas pocas horas en un entorno boscoso para disminuir en un 12% los niveles de cortisol, además de mejorar la presión arterial, el ritmo cardíaco y fortalecer el sistema inmunológico.
¿Es posible que el origen de muchas de nuestras dolencias esté ligado a nuestra desconexión con la naturaleza? La falta de parques urbanos, corredores verdes, bosques urbanos o malecones es una realidad en muchas ciudades. A medida que los problemas de salud aumentan, es crucial exigir la recuperación de estos espacios en nuestras ciudades, no como un lujo estético, sino como una necesidad vital para el bienestar físico, mental y emocional de sus habitantes. Renaturalizar nuestras urbes es una cuestión de salud pública, una inversión en calidad de vida y en el futuro de las próximas generaciones.