La Nación
EDITORIAL

Armero

Es un símbolo de la negligencia, del desdén y de la improvisación a ultranza de ese país arcaico y casi colonial que apenas vino a despertarse en la década de los años 90 con la nueva Constitución Política; ejemplo elocuente de una Colombia que no tenía la menor idea de la ciencia de laboratorio y que apenas se asomaba a la prevención y atención de emergencias pese a que hacía apenas dos años nos habíamos estremecido con el terremoto de Popayán. Y sobre el enorme lodazal quedaron más de 22 mil cuerpos cuando ni siquiera acabábamos de rendir honores a la majestad de la Justicia – esa sí digna y altiva, no la de ahora – tras el Holocausto provocado por la insensatez terrorista del M-19 y la venganza desbordada de las Fuerzas Militares.

Esta población tolimense, desaparecida entre la noche del 13 y madrugada del 14 de noviembre de 1985 y resucitada como Armero – Guayabal, sigue y seguirá presente en la memoria de todos como muestra imperecedera de que la Naturaleza es incontenible en su fuerza pero, en todo caso, prevenible si el hombre la estudia, la respeta y se ubica lejos de sus peligros. Armero no; el pueblo estaba en el epicentro de todo el riesgo de una avalancha y ni siquiera se había movido un centímetro pese a que históricamente el volcán nevado del Ruiz tenía antecedentes de tragedias, con centenares de víctimas sobre la misma zona. Esta fue la segunda erupción volcánica más mortífera del siglo XX, superada sólo por la erupción del monte Pelée en 1902 en la isla de Martinica, y la cuarta más mortífero desde el año 1500.

Es claro que se trató de una catástrofe previsible pues geólogos y otros expertos la habían advertido. Las autoridades y los medios de comunicación fueron alertados sobre el peligro durante las semanas y días previos a la tragedia. Se prepararon mapas de riesgo para las inmediaciones pero fueron escasamente difundidos. El día de la erupción hubo varios intentos de evacuación, pero debido a una tormenta las comunicaciones no fueron eficaces; muchas de las víctimas se mantuvieron en sus hogares, tal como se les había ordenado, creyendo que la erupción ya había terminado. El ruido de la tormenta pudo haber impedido que muchos escucharan el sonido proveniente del Ruiz y los llamados angustiosos del alcalde de Armero, Ramón Rodríguez al gobernador del Tolima, Eduardo García Alzate también recibieron oídos sordos, pese a que la alarma era suficiente para evacuar toda la población; el Alcalde murió por la avalancha y el Gobernador no recibió ni siquiera una amonestación por esa negligencia que costó miles de vidas.

El Ruiz sigue siendo una amenaza para cerca de 500 mil personas que viven a lo largo de los valles de los ríos Combeima, Chinchiná, Coello y Gualí; incluso una erupción más grande puede llegar incluso a Bogotá. Estos 29 años después ¿habremos aprendido la lección? Quizá sí, pero aún no lo suficiente.

“Es claro que se trató de una catástrofe previsible pues geólogos y otros expertos la habían advertido”.

Editorialito

Un colectivo de servicio público fue quemado en un parqueadero del barrio Los Alpes en Neiva. El automotor fue incinerado cuando estaba guardado. ¿Quién pudo ser? Las autoridades deben aclarar este nuevo caso.