La Nación
OPINIÓN

Desaparecido

Según la Fiscalía General de la Nación hay en Colombia 117.646 personas desaparecidas. El diario El Espectador presenta esta noticia en su edición del 5 de noviembre de este año en el contexto de los diálogos de paz: “Uno de los anuncios más importantes dados desde La Habana fue la decisión de búsqueda, ubicación, identificación y entrega digna de restos de personas dadas por desaparecidas en razón del conflicto…Tan grande como el dolor que genera la desaparición forzada es la impunidad reinante frente a este delito. Las cifras del ente acusador señalan que hay 90.000 casos en proceso, de los cuales sólo 37 están en etapa de ejecución de penas, más de 30.000 en etapa de instrucción y 43.010 en investigación.” La desaparición forzada en Colombia y América Latina se ubica en el marco de la Guerra Fría, la Doctrina de la Seguridad Nacional y la Guerra de Baja Intensidad.
 
Los años de 1.984 a 1.988 registran el mayor número de desapariciones forzadas en Neiva de acuerdo con ASFADDES. Uno de los primeros casos previos fue el de Humberto Moncada Brito  -líder de la región de El Pato y dirigente de la marcha a Neiva de esa colonización, el movimiento social más grande en la historia de la ciudad- desaparecido el 6 de junio de 1.983. La denuncia correspondiente fue instaurada por su familia ante la Procuraduría Regional de Neiva donde fue archivada por falta de pruebas. El proceso penal se asignó al Juzgado 15 de Instrucción Criminal, presidido por el juez quinto de la capital huilense, en donde fue también archivado por falta de pruebas en 1.984.
 
Campesino de Filandia, de familia liberal desterrada luego por el grupo paramilitar de Los Pájaros, Humberto se trasladó a Quimbaya en el Viejo Caldas en donde conoció a Graciela Peña, campesina tolimense también de familia desplazada, con quien se casó. Vivieron en El Bordo (Cauca), en Neiva, en los Llanos Orientales, en Bogotá, en una finca en Gigante, en la zona rural de Armenia, en El Pato y por último de nuevo en Neiva trabajando en labores agrícolas y oficios varios. Aquí fue obrero de la construcción y sus compañeros lo nombraron presidente de su organización sindical, por lo que no lo volvieron a contratar.
 
En aquella ocasión, año de 1.979, se fue solo para El Pato a trabajar en la construcción de una escuela oficial. En el entretanto, Graciela permaneció durante seis meses viviendo en la casa sindical de los obreros de la construcción de Neiva. Después ella y algunos de sus hijos se reunieron con Humberto para establecerse en la vereda de Rovira, en donde él decidió que se quedarían a vivir, retomando así su vocación y origen campesinos.
 
Tras analizar con los colonos las múltiples necesidades y problemas en los procesos de cultivo y mercadeo de sus productos propuso la creación de una cooperativa. Humberto fue elegido gerente. Se dio también la refundación de un sindicato agrario que había existido desde los tiempos de Richard, guerrillero del grupo de Pedro Antonio Marín llegado a El Pato y El Guayabero en 1.955, en donde fundó movimientos agrarios. Humberto fue nombrado presidente del mismo. Desde ese momento la colonización empezó de nuevo a ser agredida por el ejército, que había establecido una base militar en Balsillas. Antes, en 1.965, la región había sido invadida y bombardeada por el ejército nacional en desarrollo de la guerra contra las denominadas repúblicas independientes (Marquetalia, Riochiquito, El Pato, El Guayabero y La Símbola), año de la muerte de la gran mayoría de los colonos, episodio llamado por ellos la Marcha Negra.
 
A raíz de la lucha de Humberto por defender la vida y los intereses de los colonos a través del sindicato vinieron los roces con el ejército. De allí derivaron amenazas contra su vida y su libertad. En una ocasión, cuando se dirigía a visitar a tres de sus hijos que estudiaban en Neiva y a ocuparse de gestiones propias de su trabajo, fue detenido por agentes del F-2 en Platanillal. La víspera del viaje hombres extraños habían aparecido en su casa a las 5 pm y habían acusado a Graciela, que en ese momento estaba sola, de ser auxiliadora de la guerrilla porque se negó a prepararles almuerzo a esa hora. Igual acusación profirieron contra Humberto.  
 
Cuenta Graciela que “En la policía lo torturaron colgándolo de los brazos durante seis horas. Le dieron puños y puntapiés, y le decían que confesara que él era de la guerrilla. Luego lo vendaron con esparadrapo y así se lo entregaron al ejército. Allí recibió amenazas, golpes y lo metieron al horno eléctrico, una habitación de altas temperaturas. Sufrió deshidratación intensa y cuando le quitaron las vendas quedó sin cejas y sin pestañas. Le dieron comida sólo el último día. Con un revólver en la frente lo obligaron a firmar un acta diciendo que había recibido buen trato.” Su liberación se dio gracias a que su hija Yanira denunció repetidas veces la detención de su padre por las emisoras de Neiva, denuncia hecha también a través de medios escritos y radiales por algunos amigos de la familia. Después Humberto regresó a Rovira a continuar sus labores en la cooperativa y el sindicato agrario.
 
En 1.980 la situación se tornó insostenible en la región porque el ejército notificó a los habitantes que El Pato sería nuevamente invadido y bombardeado, y que no distinguirían entre colonos y guerrilleros. Ante la carnicería que se venía de manera inminente los colonos, con la dirección de Humberto, empiezan a gestar una acción que tendría trascendencia nacional e internacional: la marcha de toda la colonización a Neiva para denunciar ante la opinión pública el nuevo genocidio que contra ellos se preparaba, y exigir al gobierno nacional su petición de poner fin a la militarización de la zona para hacer posible el regreso de las familias. A la andanada militar confabulada con la muerte responderían con una acción de masas aliada con la vida, inaugurando una nueva forma de movilización para todo el campesinado nacional. Fue así como los 1.620 caminantes entraron a Neiva animados por los gritos y arengas de apoyo del pueblo opita.
 
Un lluvioso final de noviembre vio partir de regreso a los colonos con la promesa oficial de solucionar sus necesidades. Por razones de seguridad Humberto y Graciela no pudieron volver a la región. Se quedaron en Neiva y derivaban lo necesario para subsistir de una tienda de abarrotes que abrieron en un barrio humilde de la ciudad. Él trabajaba y atendía a sus tareas como militante del Partido Comunista del Huila, al cual ingresó en 1.973. El 6 de junio de 1.983 fue detenido cerca de su casa. De él no se sabe nada hasta hoy. Graciela quedó amenazada, sin casa propia y con diez hijos a cargo. El proceso terrorista de Estado siguió su marcha para desestabilizar su entorno político: Campo Elías Ávila, su amigo y copartidario, corrió la misma suerte poco tiempo después.
 
Como cierre de esta columna que me ha dolido mucho escribir dejo a mis lectores estas palabras de Mario Benedetti: “EL OLVIDO ESTÁ LLENO DE MEMORIA.”