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‘Popeye’

El arrepentimiento está representado por una figura, por la imagen de alguien entristecido cuando la conciencia le golpea, cuando hay otro yo, una especie de padre interior que censura, que de alguna manera reproduce el sufrimiento que causó. Para que sea real, ha de ser una emoción, tiene que convertirse en remordimiento, especialmente cuando se trata de haber ofendido gravemente a sus semejantes, causándoles dolor. Hay personas que son incapaces de reproducir en sí mismos tal sentimiento. No tienen la aptitud para ser sensibles. El sufrimiento ajeno nada les dice. Es más, lo disfrutan, les produce el goce del poder, les valoriza el ego. Si un asesino en serie se recrea en los medios de comunicación haciendo ostentación de sus crímenes, relatando placentera y detalladamente sus actos de crueldad, ostentando su estatus de gran criminal, es porque carece del verdadero arrepentimiento. Para el exterior, formalmente puede expresarlo. Pero creer que pueda llegar a ser un buen modelo para el futuro, que se le puede convertir en un pedagogo para que la juventud no tome el mal camino, es una ingenuidad. Predominará la enseñanza del matón que goza con el crimen; que lo disfruta, que alcanzó la riqueza fácil. Ahora en Colombia estamos dedicados a escuchar arrepentimientos; desde La Habana o saliendo de una cárcel cualquiera. Es un juego que puede representar para el futuro el debilitamiento de la fuerza moral, más que la pacificación aparente de las almas, si la sociedad se deja seducir por él.

Como un espectro del pasado, salido de la cárcel de Cómbita, tan fría como su alma, después de un largo período de hibernación, el jefe del escuadrón de la muerte más famoso de la historia reciente, transita por las calles de Colombia, autorizado por una jurisdicción que le devolvió todos sus derechos, con facultad para ejercer su libertad como lo puede hacer el más piadoso de los ciudadanos. En la clasificación de los fenotipos de la personalidad, la facilidad para narrar y describir los actos de muerte en impúdica relación con medios masivos de comunicación, sugiere la del sujeto pícnico o ciclotímico. Pero es más que un carácter personal: Es un criminal en serie; para él, el dolor que causa a una mujer, a un hombre, es parte de la motivación; el mayor goce, el poder de la muerte. Simplemente, es así. Quienes piden perdón, no necesariamente están arrepentidos. Así como matar es una emoción, el arrepentimiento ha de ser pasión cuando hay sinceridad. Las disculpas no dejan de ser un ornato cruel en la escena del crimen.